domingo, 30 de septiembre de 2007

Saltando

Dedicado, con cariño, a D.Javier,
mi "conejílope",
empeñado en enseñarme a ver
el vaso medio lleno...

Lección para pródigos: la M con la A...

Este verano compré un libro: “El Padre del hijo pródigo”, de Cabodevilla. No tardé ni un día en empezarlo. Pensé que me haría mucho bien, porque llevo un tiempo especialmente sensible con este tema, que me parece el ABC de la vida cristiana: “Dios es mi Padre”. Desde que empecé a tomarme en serio lo de salir de la dichosa crisis de los 30, cuando me preguntan qué tal estoy –por dentro, se entiende- respondo que recomenzando desde el principio, desde la base: la M con la A= MA. Vale. Pues para mí, la MA es “Dios es mi Padre”; porque si esta premisa es cierta, todo lo demás está controlado.

En el fondo, estoy convencida que en estas cuatro palabras se esconde la fuerza suficiente que la persona necesita para su re-conversión. Lo repito muchas veces, lo escribo, incluso lo dibujo… porque pienso que es el único medio que tengo para que me calen dentro. Es como cuando criticas a alguien, y le vuelves a criticar, y dale que te pego: eso despierta una tirria visceral real a esa persona en el corazón. De igual manera, pienso que es posible que repetir una y mil veces “Dios es mi Padre” me ayude a conocerle y a amarle -¡a sentirme amada!- como hija.

La escena es el siguiente. Por la mañana compro un libro, y por la noche lo abro y empiezo a leer. Y al primer párrafo ya estaba llorando. Decía: “imagina a Adán, mirando las estrellas, insomne, la primera noche que pasaba fuera del paraíso…”. De repente me sentí Adán, y me sentí el hijo pródigo. El libro habla también de cómo debió ser la primera oración de este Adán, no tanto con palabras sino con una especie de grito: “¡tengo hambre!”… el mismo que movió al hijo pródigo a ponerse en camino hacia la casa del Padre. ¡Y yo también tengo hambre!… Y –al igual que ellos- no sé si tengo hambre de Dios, o de lo que espero encontrar en Dios porque no consigo que nadie más me lo de: no consigo que nadie me de paz; no hay nadie que pueda alegrarme la vida (que me ayude a pasar un buen rato sí, pero que me alegre la vida…); no hay nadie que pueda abrir una ventana y gritarme: “¡hay futuro!”, y convencerme de ello (tengo la mala costumbre de pensar que mañana será… más de lo mismo); no hay nadie que pueda evitar que yo me sienta sola: ni aunque estuviera rodeada de toda la gente que dice quererme gritándome a coro: “te queremos, te queremos”… no, no me siento querida. Al menos no como deseo sentirme querida. Y sobre todo, no hay nadie en el mundo que pueda curar el asco que siento cuando miro hacia esa gran parte de lo que ha sido mi vida hasta aquí: mis pecados, mi estancamiento, mis sentimientos traicioneros, mis caídas estúpidas, mis rendiciones, mi vulnerabilidad, mi inconstancia, mi infidelidad… Nadie puede reconciliarme conmigo misma mas que Dios. ¡¡¡Nadie puede salvarme de mí misma mas que Dios!!!

No sé si esto es tener hambre de Dios, o de lo que sólo Él puede ofrecerme: pero tampoco sé si el hijo pródigo quiso volver al hogar por el Padre o por la tranquilidad que pensaba que tendría en su casa, ni si Adán echaba más de menos sus paseos con Dios al caer la tarde o el Paraíso mismo… En todo caso, sentir hambre ya es bueno; porque hasta que no se toca fondo, uno no se plantea volver. Es… como el principio de la conversión.

Desde que ando con este libro entre manos he empezado a sentirme mejor, porque sé que ha empezando ese principio del fin. Porque la propia palabra “Padre” ya me conmueve -¿será de tanto copiarla?-; y porque si sale algún ratito algo bueno de mí, sale cuando… cuando me pinto como esa pequeñaja Hadasita, que no es otra cosa que… ¡el hijo pródigo!

sábado, 29 de septiembre de 2007

Soltarse

Cortar los hilos.
Cuesta, como costó también atarse.
Quisimos con todas las fuerzas ser marionetas.
Anhelamos el aplauso, el reconocimiento, la aceptación. Y nos vendimos.
Y ahí están los hilos: son tan finos que apenas se ven.
El hilo de la vergüenza, el del temor al rechazo,
el del miedo al sufrimiento o a la soledad.
El guión era sencillo: la cultura de la tele, el lenguaje de la calle, la moral de la masa.
Vamos donde nos llevan. Hacemos lo que nos dicen.
Dedimos lo que esperan oir.
Y no vivimos: actuamos. Como las marionetas.
Acaba la función y a la cama. Hasta la próxima.

Soltarse es doloroso. Bajar del escenario y pisar la calle.
Vivir la vida cotidiana, corriendo el riesgo de pasar desapercibidos,
de no resultar "guays", de no estar a la moda,
de ser criticados por pensar y vivir de manera diferente.
Ser coherente está mal visto. La integridad no vende.
Soltarse es arriesgado. Como lo es decidir por uno mismo.
Porque te puedes equivocar. Te puedes caer. Puede doler.
Vivir es eso: una aventura.

- Pero al fin y al cabo, si me suelto del Mundo...
¿no es para atarme de nuevo a otro Amo?
¿No somos también marionetas de Dios?

- No, Hadasita. No somos marionetas.
Porque las manos de Dios no están arriba, sujetando los hilos,
sino abajo, sosteniendo a sus hijos...
"Cuando caemos, no caemos más abajo de las manos de Dios".

Discúlpeme, pero no

Echando un vistazo a vídeos de viejos amigos,
recupero éste de Martín Valverde.

Dedicado especialmente a mis alumnos, con todo el cariño.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Arena y agua


Hoy he ido a comer a la playa con el resto de profes de mi cole. Antes de entrar en el restaurante, Raquel -un genio del griego y la cultura clásica de veintipocosaños- y yo nos hemos quedado prendadas mirando lo que os dejo en esta foto. Me ha dado qué pensar. ¡Cómo con materiales tan simples como arena y agua se pueden construir cosas tan bonitas!. Todo sirve. Es cuestión de modelarlo bien. También Dios, con nuestra pobre materia prima, hace pequeñas maravillas, ¿o no?. Siempre que nos dejemos "amasar" por sus cálidas manos y nos fiemos un pelín de su buen gusto y hacer...

Con estilo

A propósito de lo publicado ayer en "no es lo mismo". De las caídas, y de tomarse la vida de otra manera. Me estaba acordando de Buzz Lightyear, de la depre que coge en Toy Story 1 cuando descubre que no es un guerrero espacial sino un muñeco, y que no puede volar, sólo caer. Al final de la película, digamos que suena de nuevo el despertador, y nos encontramos a un Buzz felíz de ser el muñeco de Andy; y vale que no vuela: sólo cae... PERO CAE CON ESTILO!!! De eso se trata.

jueves, 27 de septiembre de 2007

No es lo mismo

- Es que siempre me confieso de lo mismo!
- ¡Toma, y yo! Pero no es siempre lo mismo.
- ¿Cómo que no? Lo mismo hoy que la semana pasada; lo mismo que el año anterior. ¡Fijo que el cura se sabe mi lista de memoria!
- Sí, pero... ¡no es lo mismo!. La materia sí, pero el pecado es nuevo. Mi pecado de hoy, aunque sea de lo mismo, es diferente al de la semana pasada y el año anterior.
- ¡Peor me lo pones! Pues vaya desastre...
- Que no, Hadasita, tontina. Que el perdón también es nuevo. ¡Y el Amor! ¡Y la vida!
- ¿Qué dices? La vida no es nueva. Es... la que es. ¡Ya quisiera yo!: no tener que levantarme siempre temprano, coger el mismo bus, ir al cole donde me esperan los mismos chavales que ayer, volver a casa, hacer los "deberes", poner la lavadora, limpiar, salir a comprar... Siempre la misma rutina, todo milimetrado...
- Ya, para, Hadasita. Que no, que te equivocas de nuevo. ¡Que no es lo mismo! El horario sí, pero el día es nuevo. La ocasión es totalmente nueva, a estrenar. El despertador sonará mañana a la misma hora, y el trabajo será el de siempre... Como mucho quizá puede que llegue alguna "tormentilla" inesperada a fastidiarte la colada. Pero todo eso se puede vivir de una forma distinta, totalmente nueva, si metemos más amor... (¿sabías que en portugués novios se dice os novos, o sea, los nuevos? El amor es así...¡LA VIDA ES ASÍ!).

miércoles, 26 de septiembre de 2007

La oveja perdida

Aquí un vídeo de mis viejos amigos los Valiván.
Los niños lo ven con la boca abierta.
Otros niños no tan niños lo acabamos con los ojitos húmedos...

Tormentas y diluvios


Siempre me han gustado las tormentas; sobre todo las tormentas por la noche, desde la camita. Sé que hay gente que se deprime los días de lluvia. A mí me pasa justo lo contrario: cuanto más llueve, más contenta estoy, y parece que hasta el trabajo me cunde más. Es como si llevara encima una dosis extra de cafeína. Aún no me ha dado por cantar bajo la lluvia, aunque… nunca se sabe. Soy rara, ya lo sé. Pero hay que reconocer que el agua no es mala; cuando falta durante un tiempo largo, viene a ser un poco como el hambre: ayuda a que los hombres miremos hacia arriba –si las tierras se secan, ¿qué nos alimentará?; porque no sólo de pan, pero… ¡también!-. Cuando llueve imagino a Dios regando su plantita, su Hadasita, para que crezca fuerte y sana…

Miles de veces he escuchado decir, hablando de la vida espiritual, que las tormentas son buenas. Entiendo tormenta aquí como “mogollonazo de cosa negra que te cae de repente, sin que tú puedas evitarlo; que sientes que te rodea por todas partes, y que de alguna manera asusta (¡esos rayos, esos truenos!) y paraliza (me quedo en casa)”. Ya sé que no es una definición muy ortodoxa…

Una tormenta se hace gota a gota: es como una acumulación de pequeñas situaciones que te empiezan a desbordar: a mi ordenador le ha entrado un virus, me he disgustado con mi mejor amiga, no dejo de estornudar y sonarme, llevo una semana durmiendo mal, el trabajo se me sale por las orejas, apenas llego a fin de mes, mis pecados hoy son los mismos que ayer y que la semana anterior, y cuando quiero dedicarle un ratito a Dios en la oración, o sólo me salen quejas, o directamente me duermo. Todas estas gotas juntas, para mí son una tormenta. Otras personas hablan de noche oscura o purificación pasiva del sentido. Una piensa: “un día malo lo tiene cualquiera”; y tira para adelante, echándole más o menos humor. Las tormentas, al igual que el hambre, pueden ser de Dios; pueden –deben- acercarnos más a Él; deberían hacernos más conscientes de que, por más que nos empeñemos, si el Señor no construye la casa…

OMNIA IN BONUM! ¡Todo es para bien! Dice una buena amiga mía, Teresa de Jesús, que Dios es el gran experto en sacar de los males bienes. Las tormentas deberían al menos hacernos crecer en confianza. Recuerdo aquella historia de tormenta en el mar: el barco a punto de naufragar, y un niño que ni se inmuta, que sigue tan tranquilo. Cuando le preguntan responde que no pasa nada, que está todo controlado, que su papá es el capitán. Si Dios está con nosotros, ¿qué mal –mal verdadero, mal malo malote del todo- nos puede pasar? Aunque duerma en un rincón de la barca, sabemos que con Él a bordo nada nos hará naufragar.

El problema viene cuando a un día de tormenta le sigue otro, y otro, y otro más. Y no deja de llover en una semana, en un mes, en un año… La tormenta se convierte así en diluvio, y en vez de fecundar la tierra arrasa con todo. Las tormentas pueden ser de Dios, pero los diluvios no.

Yo tengo un Padre, un Padre Fuerte y Bueno, que un buen día colgó su arco en el cielo, y que prometió que jamás permitirá que ningún diluvio acabe con la vida de sus hijos.

Imagino que la paz debe ser...


...algo parecido a acostarse por la noche con la conciencia tranquila, y dormir a pierna suelta, sabiendo que –pese a los sufrimientos o contradicciones que hayan podido surgir con esto que llamamos “vida cotidiana”- todo está bien. Que igual que puedo dejar la ropa colgada en una percha en la ventana, y recogerla a la mañana siguiente ventilada de malos olores y fresquita, puedo “colgar” mi día en las manos de mi Padre Dios y retomarla renovada al despertar. Y que si es voluntad de Dios que la tierra gire y hoy vuelva a amanecer, también es voluntad suya que yo abra de nuevo los ojos y me ponga a caminar. No soy ingenua. Sé que cada día hago mil cosas mal. Pero imagino un papá, con una nenita de… pongamos dos años: ha salido el sol y la peque despierta, ¡hambrienta por cierto! ¿No sabe su padre que, a lo largo del día, la niña se caerá, pataleará porque no le gusta que la bañen, tendrá ganas de juguetear a todas horas, se manchará la ropita, llorará, lo toqueteará todo, incluso puede que rompa alguna cosa? ¿Y no es igual de cierto que su chiquitina es la alegría de su corazón, y que no hay nada que pueda ella hacer para evitar que su padre la quiera más que a su vida? Ha llegado la noche, y es hora de que los peques nos vayamos a la cama. El papá acuesta a su niña, la arropa, le besa la frente… ¡Eso es la paz!

Es un texto de Tagore, de La Luna Nueva.

Me gusta pensar que Dios pueda hablar así de mí...

"No llores tú, hijo mío. ¡Qué malos deben de ser esos que siempre te están regañando sin motivo! ¿Te han llamado sucio porque cuando estabas escribiendo te manchaste de tinta los dedos y la cara? ¿Y no les da vergüenza? ¿Se atreverían a llamar sucia a la luna nueva porque se ha tiznado la cara con tinta?

Hijo mío, por cualquier cosilla te culpan. Todo lo tuyo les parece mal. ¿Que te rompiste tu ropita jugando? ¿Y por eso te llaman destrozón? ¡Y no les da vergüenza! ¿Pues qué dirían de la mañana de otoño cuando sonríe detrás dé las nubes rajadas?

Pero no les hagas tú caso, hijo mío. ¡Qué bien contaditas te tienen tus faltas! Todo el mundo sabe lo goloso que eres. ¿Y por eso te llaman tragón? ¿Y no les da vergüenza? Entonces, ¿cómo nos llamarían a nosotros porque tú nos gustas tanto que te comeríamos a besos?"
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