martes, 24 de enero de 2023

Me caso!

 Hola, pasaba por aquí y me he dicho: "Voy a contarles que me caso. Igual hay alguien por ahí que se alegra por mí".

Pues eso. Nos hemos encontrado, por pura Providencia. Y nos casamos ya, en un par de meses, después de casi 3 años de infarto imposibles de resumir. La aventura del amor. Rezad por nosotros, que seamos un matrimonio santo. ¡Besitos!

jueves, 2 de abril de 2020

Cuaresma 2020

Hay una película de Amenabar que se llama "Abre los ojos".
El inicio es una pesadilla en toda regla. Mirad:


Siempre que he visto esa escena me ha parecido más que inquietante, angustiosa.
Pero pasan los años, y la realidad supera la ficción.
Estamos a 2 de abril de 2020, y estas imágenes no son de ninguna película:


Así es. Nuestras calles se han vaciado.
Una pandemia de magnitud planetaria nos ha invadido.
Y cada uno está en su casa, protegiéndose
y protegiendo al resto de ser infectados.
Y ya son tres semanas.
De no quedar, de no vernos, de no tocarnos.
De soledad.
Hay miedo, hay ansiedad, hay angustia.
Por lo que está ocurriendo: ¡tanto enfermo, tanta muerte!.
Pero también por lo que se avecina:
una crisis económica como aquella de la postguerra,
de la que no nos quedan mayores que nos cuenten nada,
porque ya hace mucho; mucho y muy lejano.
Y la esperamos aislados,
sin sentir el apoyo de la cercanía del otro.

Soledad. Sí. Pero... soledad sonora.
Y no me refiero al sonido del móvil que no para de avisar
de cada mensaje que recibe, a todas horas.
Que parece que nos hemos vuelto locos
por enviar y reenviar sin ningún criterio o sentido.
Ni siquiera al sonido de los aplausos en los balcones,
alentando la labor sanitaria en primera línea de batalla,
cada día a las 8 de la tarde.

Es el sonido suavísimo, delicadísimo
del aleteo del Espíritu sobre el caos.
¿No lo escucháis?
Es la brisa suave que sopla en las mejillas
secando las lágrimas de los hijos de Dios.
Es la firmeza de la fe de la Iglesia, más doméstica que nunca,
que sostiene entre sus manos con fuerza un viejo rosario.
Es la Palabra, clara y oportuna, que nos pregunta:
"¿Por qué tenéis miedo? ¿Todavía no tenéis fe?".
Es Pedro, anciano y enfermo,
desde el centro mismo de la cristiandad,
elevando al mundo entero la bendición de Dios.
Es la mano protectora del Padre sobre tu cama,
que permite que duermas y descanses, pese a todo.
Es la gracia de poder recuperar la certeza
(tan anestesiada, casi olvidada)
de que sólo hay un nombre en el mundo que nos pueda salvar.
¡Sólo uno! ¡Sólo Él!.

Así ha sido siempre: plagas, diluvios, pandemias...
¡Y Dios llamando al hombre, a gritos, a gritooooossss!
Y en medio de la muchedumbre que corre
como pollo sin cabeza buscando papel higiénico,
el Pueblo de Dios abre los ojos, las manos y el corazón,
y vive la que probablemente será
la mejor cuaresma de nuestras vidas.
La del desierto y la cuarentena,
la de la comunión en la distancia y la oración encendida.
La de la vuelta a lo esencial.
La del 2020.

jueves, 2 de enero de 2020

Año nuevo

La noche del 31 de diciembre al 1 de enero, los españoles damos la bienvenida al año nuevo. En este caso, además, a uno especialmente bonito: el 2020. Y lo hacemos como siempre (es una de las pocas tradiciones que todavía se nos permite conservar): con las campanadas de la Puerta del Sol de fondo, comiendo 12 uvas, una por campanada. Tras las uvas besamos a la familia y amigos que nos rodean, y brindamos para que el nuevo año nos traiga felicidad.

Es una costumbre bonita.
Algunos, por rellenarla de una buena dosis de superstición, añaden más detalles: hay que llevar una prenda roja, a poder ser la ropa interior; y poner algo de oro en el fondo de la copa, una alianza por ejemplo; y poner el pie derecho adelantado, para empezar con buen paso el año; y pedir un deseo en cada una de las uvas. En fin, aquí encontramos cosas de todo tipo.

Pero no en todas partes ocurre lo mismo.
Para empezar, el año nuevo se celebra en fechas diferentes según donde vivas. Así, en China es en febrero coincidiendo con la fiesta de la primavera; en Tailandia el 13 de abril; en Etiopía el 11 de septiembre; en Israel con la llegada del otoño... 

Con respecto a las tradiciones, en Italia tiran trastos viejos por las ventanas, y comienzan el año besándose y comiendo lentejas; en Holanda se visten con trajes y sombreros divertidos, y van a las playas o a los lagos a bañarse, bien fresquitos; en Dinamarca dan un salto (desde una silla, o desde la cama o el sofá), como signo de las dificultades que lleguen se van a poder saltar; en Ecuador hacen un monigote que simboliza el año viejo, y lo queman; en Filipinas las mujeres se visten de lunares para atraer la fortuna; en Japón son 108 campanadas, que simbolizan los 108 pecados terrenales a alejar durante el nuevo año; en Irlanda golpean las paredes y las puertas con una barra de pan, para que no les falte alimento durante los siguientes 365 días... En fin, todo un mundo de costumbres de lo más variado y colorido.

Los cristianos comenzamos el 1 de enero pidiendo a Dios que nos bendiga, que nos proteja, que ilumine su rostro sobre nosotros, que nos conceda su favor, que se fije en nosotros y que nos conceda la paz (Num 6, 24-26). No está mal.

Y Dios comienza cada nuevo año recordándonos que tenemos a su Madre de nuestro lado, que es también Madre nuestra. Que para que nos vaya bien no hace falta comer uvas, ni dar saltitos, ni vestir de lunares, sino agarrar a María de la mano y dejar que nos lleve a Jesús. Así de sencillo y así de seguro. 

Yo quiero unirme al sentir de Dios en este día, y brindar por la Madre que lo parió, y aplaudirla, y mandarle un beso con todo el corazón. Me coloco bajo su manto azul cielo, bien cobijada, y le pido que no me deje salirme de ahí, que no me pierda un segundo de vista como hacen las madres con sus pequeños, y que se me pegue un poco de su fortaleza y de su confianza en la voluntad de Dios.

Le pido también por mi país, España, que está viviendo uno de sus peores momentos históricos como nación, que ha perdido el norte al abandonar la Fe y los valores cristianos, que va a la deriva y necesita urgentemente del cuidado de una Madre que le enseñe de nuevo a dar los primeros pasos en la buena dirección.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
Y a todos los que me leéis, desearos un feliz 2020, ¡faltaría más!.
Que seáis buenos, que permanezcáis unidos, que os vayan bien las cosas, y si es posible hasta que os toque la lotería. Que os traigan muchas cosas los Reyes, y que el próximo 31 de diciembre tengáis mil trillones de motivos nuevos para dar gracias a Dios.

martes, 24 de diciembre de 2019

Las cosas que pide Dios

Estos últimos días de Adviento
he estado pensando bastante en lo siguiente.
Hubo una vez un hombre llamado Abraham,
a quien Dios puso al frente de su pueblo.
Yahvé lo amó inmensamente, hizo con él una alianza,
y le prometió una descendencia
más grande que las estrellas del cielo.
A estas alturas de la historia, Abraham tenía 100 años,
y su mujer Sara 90.
Es cierto que Abraham tenía otro hijo, Ismael,
con Agar, la esclava egipcia de Sara.
Pero la promesa de Dios era
sobre la descendencia de un hijo del matrimonio.
Al buen hombre le dio la risa, y a su mujer también.
Pero al año Sara dio a luz a Isaac.
Y es que Dios cumple sus promesas.
Y todos fueron felices y comieron perd...
Bueno, no, todavía no.
Lo que ocurrió es que Dios quiso probar la fe de Abraham,
y le pidió que subiera al monte Moria y, allí,
le ofreciera a Isaac en sacrificio.
La cosa tiene pelendengues.
No era sólo el hecho de tener que dar muerte a su hijo,
a su primogénito,
al niño que milagrosamente se engendró entre dos ancianos.
Era además no entender cómo se podría cumplir, sin ese niño,
la promesa de una descendencia.
Dios pide. El hombre no entiende. Pero la fe obedece.
Y así Abraham se convierte en padre de los creyentes,
patriarca, roca firme de la fe de Israel.
Si alguien quiere leer la historia completa
que se pase por el Génesis: es una delicia.

Pasan los años. y encontramos en escena a otro hombre.
Esta vez un hombre joven. Carpintero. Un chico bueno,
enamorado hasta las trancas de la hija de Joaquín y Ana,
con la que estaba desposado.
María se llamaba la chica.
Una pareja preciosa,
descendientes de aquel Abraham del que hemos hablado antes.
Todo era promesa de amor y felicidad, cuando de repente...
nace Jesús.
Y Dios vuelve a pedir.
Y su petición suena tan extraña
como aquella del sacrificio de Isaac.
Dios pide a José que acoja a María.
Y que cuide de aquel Niño como de un hijo propio.
Iba a comenzar una historia de dificultades,
y persecuciones, de exilio, de incomprensiones.
Pero José, muerto de asombro,
acunó al Dios del Cielo entre sus brazos.

Las cosas que Dios pide muchas veces nos sorprenden.
Se salen de lo que teníamos planeado,
de nuestros propios planes vitales.
Otras veces, simplemente, nos dejan sin palabras.
Pero dos hombres de fe, Abrabam y José, nos enseñan a creer.
A confiar en que es el plan de Dios el que más mola de todos,
y con diferencia.

No hay que asustarse.
La mayoría de veces no nos pide nada extraordinario.
Igual es algo sencillito. Como quizás hacer silencio un par de minutos,
olvidar la cena, los regalos, las prisas, el ajetreo de la Nochebuena
y recordar por qué esta noche es tan importante.
Y darle gracias.
Y adorar...

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Valiente 2.0

Cantan mis chicos de Vetusta Morla que
"ser valiente no el sólo cuestión de suerte".
¡Y tanto que no!
¿Qué tendrán que ver los churros con las merinas?.
Ser valiente tiene que ver más con otras cosas:
Con una apuesta seria a favor de uno mismo o de otro.
Con superar los propios límites.
Con estar dispuesto a hacerse algún daño en el camino.
Con ir de frente hacia la dificultad para superarla. Con no huir.
Con el esfuerzo, una y otra vez, hasta lograrlo.

Me da igual si hablamos de la valentía necesaria para subir a un caballo, lanzarse en ala delta, declarar tu amor a una persona, aprender a conducir a los 40, intentar arreglar un conflicto familiar, confesar la propia fe, volar en avión o correr un maratón.
Pon aquí lo que quieras, que para todo sirve.
Por ejemplo, para aprobar una oposición.

Yo ayer me enteré que no había pasado el corte del primer examen.
Por 0,33 décimas. ¡Sólo por 0,33 décimas!
Exactamente por lo que me restó haber contestado UNA pregunta mal.
Después de un año entero de machacarme
preparando ese examen como una auténtica bestia.

No os diré que no me da rabia, o que no he llorado, porque mentiría.
Aquí una tiene su corazoncito.
¡Pero es que me he convertido en una tía muy valiente!
Porque hay que ser muy valiente para recomenzar,
para agarrar la agenda y volver a programar: tema 1...
Para no tirar la toalla y meterse de nuevo a fondo,
convencida de que la próxima sí que sí.
Porque estoy segura.
Porque las cosas que me pasan no son fruto de la suerte.
Porque a mí me cuida un Padre Bueno,
que me tiene preparado lo mejor en el 2020.
¡No lo dudo!.
No es un salto al vacío. Yo al otro lado tengo Quien me agarre.
Porque sí: ser valiente es cuestión de confianza.

Os dejo la descripción gráfica, para que lo veáis más claro,
deseándoos a todos mucho ánimo con vuestros retos,
y que seáis muy muy valientes.

viernes, 13 de diciembre de 2019

De lo que lleva el corazón...

Ayer me llegó por Whatsap un chiste. Dice así:
- Papá, ¿me compras una moto?
- No. Te compro un violín.
- Pero no papá,  ¡yo quiero una moto.!
- Ya te he dicho que no, que en todo caso te compro un violín.
- Bueno, pues cómprame un violín.
Después de tres meses de lecciones de violín,  el padre le pide al hijo que le toque algo....


De entrada me hizo bastante gracia.
Luego, además, me dio qué pensar.
Y es que hay pasiones que son dominantes; como los alelos, que hacen que el niño salga con rasgos asiáticos en los ojos si uno de sus padres es chino, por ejemplo.
Si el alelo es dominante, es dominante.
Si la pasión es dominante, también.

En teología siempre hemos asociado el término "pasión dominante" con el vicio y el pecado.
Y así hablamos del "defecto dominante" cuando nos referimos a la pereza, al orgullo, a la lujuria, a la envidia... Son impulsos contra los que hay que luchar, o acaban por someter a la persona.
Eso es verdad, demostrable e incuestionable.
Pero no es toda la verdad.

Pasión dominante para muchos es el fútbol. No cabe duda. No hablan ni piensan en otra cosa, y parece que sobreviven a la semana como pueden con la única motivación de llegar vivos al partido del domingo y ganar.
Pasión dominante es el culto al cuerpo. Incluye la adicción al gimnasio, la necesidad imperiosa del subidón de endorfinas que provoca por ejemplo correr, la esclavitud de la moda, la obsesión por la juventud y la cirugía estética, la ortorexia y el pánico a las calorías...
Pasión dominante puede ser el trabajo, si el trabajo lo abarca todo. Cuando no hay nada que sea tan importante como trabajar lo máximo, con la mayor perfección, el mayor tiempo posible. Cuando ser el mejor en lo laboral arrasa con la vida personal y familiar.

Pero pasión dominante es también lo que empuja  a la investigación médica, buscando una cura para el cáncer o el alzheimer sin apenas recursos. O lo que lleva a un voluntariado a Cáritas, atendiendo a las necesidades de tanta gente, día tras día y cada día más. Es lo que motiva al escalador a llegar a una cima más alta; al pescador a salir de noche a la mar con su red; al maestro a creer sin límites en las posibilidades de su alumno. Es lo que lleva a las mamás a arropar a sus niños en la cama, y al abogado a estar al día de todas las leyes y sentencias. Es lo que impulsa a unos payasos a un hospital infantil, o al apicultor a recolectar la miel entre mil abejas. Es lo que hace que una chica joven profese sus votos en un convento de clausura, y lo que lleva a un amante de las motos a simular una carrera a dos ruedas con un violín.

Y la lucha, en estos casos, no es por superar esa pasión,
sino por impedir que se apague.
De lo que lleva el corazón habla la boca; 
y las manos; y la vida entera.
Y un corazón cristiano lleva a Dios y a los hermanos.

Sobre lo que ama el corazón, toca el violín.
Quizás por eso, en medio de tanto ruido mundano
y del frío de un invierno tardío,
en un rinconcito de un blog insignificante, a mitad del Adviento, 
han empezado a sonar acordes de villancico...

martes, 10 de diciembre de 2019

Juicio por combate

Los que hemos seguido Juego de Tronos hemos disfrutado viendo varios juicios por combate. Pero en realidad no es un invento de la serie: existieron de verdad, sobre todo entre los pueblos germánicos, y se mantuvieron en uso durante toda la Edad Media, desapareciendo a lo largo del siglo XVI.

Estas luchas a muerte tenían lugar para solucionar aquellos conflictos en los que la acusación no contaba con testigos y no había logrado que el acusado confesase. En estos casos, si se solicitaba juicio por combate, ambas partes luchaban a espada y el ganador era proclamado poseedor de la verdad.

Pero la mayoría de las veces, el combate no lo realizaban ellos mismos, sino alguien nombrado para representarles. Así, el acusado podía solicitar que otra persona más fuerte que él luchara en su nombre . Podía ser un amigo, un familiar, o alguien a quien pudiera pagar para ello. Por su parte, las casas nobles solían tener contratados los servicios de algún guerrero a quien se encomendaba estos asuntos; en ocasiones incluso utilizaban a presos, a quienes se les prometía la libertad en caso de ganar un determinado número de juicios por combate.

En realidad eran luchas bastante injustas, pues el acusado normalmente no tenía medios para buscar a alguien que luchara por él y que estuviera a la misma altura de su contrincante. Quien tenía más dinero podía elegir al mejor luchador. Y así, el pobre, el humilde, perdía inevitablemente.

Está claro que para entender este tipo de costumbres hay que situarse en la mentalidad de la época. Pero hay una idea de fondo que me parece útil para explicar algo que es a la vez más antiguo y más nuevo todavía: la Redención del hombre. Con las siguientes salvedades, por supuesto.

- Que en nuestro caso, sí hay testigos, sí hay confesión, y sí somos culpables.
- Que quien luchó por nosotros, no lo hizo por honores ni por dinero, sino por amor.
- Que nuestro Guerrero ganó muriendo.
- Que es tanta su fuerza, por ser Dios, que con su lucha dio muerte a la muerte misma.
- Que tras aquella victoria, ya no existe nada en el mundo capaz de vencernos, si permanecemos unidos a Él.

Dice Rom 8, 31-37: "Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?. El que no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó para todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién condenará? Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está escrito: `Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, somos mirados como ovejas destinadas al matadero´. Mas en todas estas cosas vencemos fácilmente por Aquél que nos amó".

Es cierto que la vida nos sigue trayendo cada día muchos problemas y dificultades.
Y que nosotros seguimos pecando, que parece que no aprendemos nunca.
Pero yo, para mí, hoy vuelvo a solicitar juicio por combate.
Me agarro a Aquél que es mi Escudo, mi Fuerza, mi Baluarte.
Y me quedo en paz, porque sé en manos de Quién he puesto mi vida.

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