viernes, 13 de diciembre de 2019

De lo que lleva el corazón...

Ayer me llegó por Whatsap un chiste. Dice así:
- Papá, ¿me compras una moto?
- No. Te compro un violín.
- Pero no papá,  ¡yo quiero una moto.!
- Ya te he dicho que no, que en todo caso te compro un violín.
- Bueno, pues cómprame un violín.
Después de tres meses de lecciones de violín,  el padre le pide al hijo que le toque algo....


De entrada me hizo bastante gracia.
Luego, además, me dio qué pensar.
Y es que hay pasiones que son dominantes; como los alelos, que hacen que el niño salga con rasgos asiáticos en los ojos si uno de sus padres es chino, por ejemplo.
Si el alelo es dominante, es dominante.
Si la pasión es dominante, también.

En teología siempre hemos asociado el término "pasión dominante" con el vicio y el pecado.
Y así hablamos del "defecto dominante" cuando nos referimos a la pereza, al orgullo, a la lujuria, a la envidia... Son impulsos contra los que hay que luchar, o acaban por someter a la persona.
Eso es verdad, demostrable e incuestionable.
Pero no es toda la verdad.

Pasión dominante para muchos es el fútbol. No cabe duda. No hablan ni piensan en otra cosa, y parece que sobreviven a la semana como pueden con la única motivación de llegar vivos al partido del domingo y ganar.
Pasión dominante es el culto al cuerpo. Incluye la adicción al gimnasio, la necesidad imperiosa del subidón de endorfinas que provoca por ejemplo correr, la esclavitud de la moda, la obsesión por la juventud y la cirugía estética, la ortorexia y el pánico a las calorías...
Pasión dominante puede ser el trabajo, si el trabajo lo abarca todo. Cuando no hay nada que sea tan importante como trabajar lo máximo, con la mayor perfección, el mayor tiempo posible. Cuando ser el mejor en lo laboral arrasa con la vida personal y familiar.

Pero pasión dominante es también lo que empuja  a la investigación médica, buscando una cura para el cáncer o el alzheimer sin apenas recursos. O lo que lleva a un voluntariado a Cáritas, atendiendo a las necesidades de tanta gente, día tras día y cada día más. Es lo que motiva al escalador a llegar a una cima más alta; al pescador a salir de noche a la mar con su red; al maestro a creer sin límites en las posibilidades de su alumno. Es lo que lleva a las mamás a arropar a sus niños en la cama, y al abogado a estar al día de todas las leyes y sentencias. Es lo que impulsa a unos payasos a un hospital infantil, o al apicultor a recolectar la miel entre mil abejas. Es lo que hace que una chica joven profese sus votos en un convento de clausura, y lo que lleva a un amante de las motos a simular una carrera a dos ruedas con un violín.

Y la lucha, en estos casos, no es por superar esa pasión,
sino por impedir que se apague.
De lo que lleva el corazón habla la boca; 
y las manos; y la vida entera.
Y un corazón cristiano lleva a Dios y a los hermanos.

Sobre lo que ama el corazón, toca el violín.
Quizás por eso, en medio de tanto ruido mundano
y del frío de un invierno tardío,
en un rinconcito de un blog insignificante, a mitad del Adviento, 
han empezado a sonar acordes de villancico...

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