Una empieza un camino -llámese nuevo curso, plan de vida, propósito de enmienda o lo que sea- y lo empieza como se empieza todo: con ilusión y con miedo. Es la incertidumbre de la novedad. ¿Será tan duro como parece? ¿Se me hará muy largo? ¿Llegaré hasta el final? ¿Merecerá la pena el esfuerzo cuando vea lo que me espera donde este camino acaba? ¿Me podrá el agotamiento? ¿Aprenderé muchas cosas a lo largo del viaje? ¿Encontraré a alguien que deje grabadas sus pisadas en la tierra al lado de las mías?...
Y el Pueblo de Dios salió al desierto. Cuareinta años o cuareinta días, ¿quién sabe?. El camino, como el tiempo, es relativo. Depende de cómo, cuándo, y sobre todo con quién lo viajes.