sábado, 29 de enero de 2011

Paula sembrando amor

Se llama Paula. Tiene 32 años, es soltera, licenciada en filología clásica, y da clases de lengua castellana en un colegio a grupos de primaria y secundaria.

No sé si he empezado bien. Porque a Paula le da mucha rabia que se diga “es soltera” como parte importante de la presentación de una persona. Como si se llegara tarde al amor, o fuera deficiente o defectuosa por no estar casada. Como si sólo en pareja se pudiera amar. Como si servir a todos no contara… Yo tengo que darle toda la razón. Porque yo no sé si Paula se casará algún día; lo que sí sé es que ninguno de los que la conocemos podemos decir que, hoy por hoy, no ama con toda la intensidad. Me atrevería a decir que puede que hasta más que si estuviera casada…

Paula es una mujer joven, alegre, inteligente, cariñosa, a veces un poco impulsiva, apasionada, muy divertida. Es bonita, es trabajadora, es atenta, muy buena amiga, y no he probado pechugas de pollo rebozadas más ricas que las que ella prepara.

Se levanta temprano. Desayuna, se ducha, y repasa las clases que le tocan ese día. Toma su cartera, saluda al gatito del vecino en el rellano, da los buenos días a la señora María en el ascensor que sale a comprar el pan, y espera el autobús oyendo música en su MP4. A la entrada del colegio, todos los alumnos que la ven llegar, uno a uno, la saludan: “¡Paula!”, “¡Paula!”, fumándose un pitillo sentados en el escalón de algún patio de la acera de enfrente. Y ella les contesta, uno a uno, con su mejor sonrisa.

Entra en el centro y saluda a Conchita, la portera, toda una institución. Ahí está, con el teléfono en una mano, tres alumnos gritones que le piden no sé qué, y una madre nerviosa porque su hija salió de casa sin la carpeta, y o se la da ya o va a llegar tarde al trabajo. Conchita resopla, y Paula le manda un beso al aire y le guiña el ojo. Todo está controlado.

Primera clase. No hay ganas. Les cuesta sentarse y abrir el libro casi 10 minutos. Paula no deja de sonreír. “Os he preparado una ficha de oraciones subordinadas adjetivas; vais a ver como ahora sí entendéis bien lo que os expliqué ayer. ¡Venga, chicos, que es más fácil de lo que parece!. ¿Sacamos un lápiz, sí?”. Unos hacen las frases. Otros no. La mayoría pierden la hoja mucho antes del examen. Segunda hora, más de lo mismo. Y tercera, y cuarta, y quinta…

Hasta aquí. Podría hablaros de la Paula que da clases particulares gratis dos tardes por semana a un alumno que lleva mucho retraso y tiene a sus padres en paro. O de la que se lleva a Pepe al cine cuando lo ve más deprimido de lo normal, “para que se despeje” dice ella. De la Paula que no se olvida de ningún cumpleaños… ni de llamarnos a todos para que ninguno nos olvidemos ningún cumpleaños. De la que ahorra todo el año para pasar el verano en Nicaragua, haciendo lo que mejor sabe hacer: sembrar amor. Y esa siembra suya es fecunda. Porque Paula dice muchas cosas y muy bien dichas con su vida.

Sí: nuestra Paula es Evangelio, Buena Noticia en el cole, en la calle, en el bar, en el mercado, en este y en el otro lado del Charco. Es semilla de Dios, porque Dios es Amor.
Yo la admiro. Aunque ella jamás ha dado ni la más mínima importancia a nada, y cambia rápidamente de tema cuando se le hace algún tipo de reconocimiento. Ella siembra amor, sin mirar la tierra. A puñados. Sin ponerse límites. Y si le pregunto si merece la pena, si no se cansa nunca, si no siente a veces que lo desperdicia, se subleva y se pone roja; y con fuerza pero sin perder la sonrisa, me contesta: “¡el amor siempre merece la pena! ¡Siempre! ¿Voy a tener que prepararte una ficha para que lo entiendas?”.
Y se ríe.

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