miércoles, 25 de febrero de 2009

Otra historia: Manuelita

Manuelita de niña había sido siempre muy buena. Era bonita, educada, graciosa, y con un gran corazón. Lo que más le gustaba era jugar con sus muñecas, y lo que menos hacer deberes. Siendo la más pequeña de la casa, se sentía cuidada y querida como la que más. Obedecía sin problema a sus papás; y cada noche, antes de cerrar los ojitos, rezaba sus oraciones...

Pero los años pasaron, más rápido de lo que una de niña espera. Y una mañana, al abrir su ventana, Manuelita escuchó voces nuevas que desde la calle parecían gritar su nombre. Un día tras otro, la curiosidad fue creciendo en el silencio de su habitación. Y empezó a hablar menos, y a dormir mal, y a suspender, y a querer ser mayor, y a olvidar aquellas oraciones entre las sábanas, y aparcó sus muñecas en un armario, y empezó a salir por las noches, y a comer poco, y a desear mucho...

El despertador sonó, como siempre. Pero Manuelita no se puso su uniforme, ni cogió los libros. Hizo una pequeña mochila con ropa, vació el monedero de su mamá, y salió de casa. Y se marchó. Convencida de su autosuficiencia. Sin dejar siquiera una nota. Unos dicen que la vieron alguna vez tocando la guitarra en el metro. Otros, que había estado andaba de la mano de un camello. Ninguno se atrevió a contarle a su familia que Manuelita se hacía llamar Amanda, que trabajaba de noche, que tenía clientela fija, que vivía en un pisito que le habían puesto, y que escondía sus ojos tristes y amoratados detrás de unas gafas oscuras, como hacían todas.

Una noche de febrero, sucia por dentro y por fuera, medio desnuda, hambrienta y agotada, Manuelita salió al balcón. Y sintió frío. Y miedo. Y asco. Y se quedó pensando en qué momento su autosuficiencia se había convertido en esclavitud sin que ella apenas se diese cuenta. Abrió el armario: ni rastro de sus muñecas; sólo ropa provocativa y un buen fajo de billetes dentro de una caja de zapatos. Y recordando su hogar lloró. Y pensó en volver. Y tembló. Se acurrucó en el sillón por no acercarse siquiera a aquella cama que no sentía suya. Se tapó con una manta, e intentando recordar cómo eran aquellas oraciones de niña se durmió. Y una voz, entre sueños, volvió a llamarla por su nombre... "No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo; mira que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notas?" (Is 43, 18-19).

Manuelita se levantó, se duchó, se puso el abrigo, y emprendió el regreso a la casa paterna.
Ahí empezó su Cuaresma.
¿Y la mía?
¿Y la tuya?

1 comentario:

angelito dijo...

yo no tengo el fajo de billetes de la niña manuelita; tampoco tengo el asco y la tiña en el corazón: no soy un pecador o quizá sí... pero yo no estoy marcado ni me señala ningun dedo acusador ni mi conciencia me remuerde demasiado. y sin embargo tambien tengo nostalgia de sion, la ciudad libre, y siento que estoy atrapado en este matrix cotidiano, este montaje en el que mi vida no me acaba de salir... por eso envidio la determinacion de esta lolita, y la del pequeño zaqueo y la de los colgados pecadores del evangelio... ellos arriesgaron a salir del quicio, como lo hizo el padre abraham en busca de la tierra prometida, como lo hizo la amiga de magdala dejando sus demonios y terrores de la noche, como lo hicieron los santos que al principio no eran mas que un dibujo a lapiz bosquejado... creo que me falta el corage, el corazon, el alma a flor de piel... me ha intoxicado el plato de lentejas y las cebollas de egipto. y rezo, sí, pero sin fuerza. y pido otro paisaje, otro sendero y otro cielo... vendo barato mi vida al postor mas inmediato porque he dejado de esperar el amor como aquella penelope de itaca...
cuaresma es decision y es ocasion: es renacimiento; es -como manuela- sacar las lagrimas y airear el alma, es moverse, ponerse en acto, es dejarse de cumplidos y palabras bonitas y oir la que interesa: por fin has vuelto, entra... estas en casa...

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