jueves, 2 de octubre de 2008

Los colores de la selva

Hace un par de días un amigo me pidió que le describiera el famoso "verde-nica" del que tanto hablo. Se me quedó grabado en la retina, y lo echo de menos lo indecible. Intenté compararlo con algo, y no se me ocurrió con qué. Mi camiseta de Snoopy es mucho más fosfi, el verde de los pinos más apagado, el césped de mi jardín más amarillento, las hojas de las palmeras mucho más oscuras... El verde nica es intenso, frondoso, llenito de vida, de luz hasta en los días nublados. Al menos visto desde una pickup. Porque si te metes en él a pie, descubres que esconde otros mil colores que no se perciben desde el camino. Colores que aquí tampoco se entienden. El morado pitalla es bestial, el naranja mango, el rojo zapote, el verde café, el marrón cacao, ese blanco coco más rico que el de la perla o el marfil... Y si te atreves a adentrarte todavía más, encuentras el negro más radiante que existe en el mundo: el de los ojos de los niños que sobreviven en aquellas comunidades, protegidos tan solo por la pura Providencia.

Cuando estuve en aquellas tierras, una amiga me pidió que le describiera la ciudad que me ha visto crecer. Otra selva, pero bien distinta. No sabía cómo explicarle que aquí las personas suelen vivir en pisos, unas encima de otras; y que lo normal es que no se conozcan de nada, ni siquiera el nombre. Y me doy cuenta que hay colores que ellos jamás entenderán, como el verde-pizarra de cole, o el naranja mandarina, o el colorado gazpacho, o el azul piscina, o el negro asfalto, o el amarillo champagne... Imagino que el mismo susto que pasé yo la primera vez que se nos cruzó una vaca por la carretera la pasarían ellos si se les cruzara un tranvía. Tal vez temblaran con la música que sale a golpe de máquina y luces intermitentes de los pubs nocturnos. Y alucinarían con las fuentes con agua potable en medio de pequeños jardines artificiales con columpios, y los escaparates de las zapaterías con botas de mujer hasta la rodilla. Porque ¿cómo explicar en Nicaragua, donde los inviernos se pasan rozando los 40º, qué es un abrigo, una bufanda, unos guantes?. Y me pregunto... si se atrevieran a adentrarse un poco más en nuestra selva, ¿descubrirán -por ejemplo, en cualquiera de las aulas donde doy clase a diario- ese negro radiante brillando en el fondo de los ojos de nuestros niños?

Sorpresa: hay un color que todos entendemos igual. El rojo de la sangre de una herida; la sangre caliente, latina, que lanza el corazón a una velocidad abrumadora por nuestras venas llenándonos de vida... por pura Providencia.

5 comentarios:

Álvaro dijo...

Increíble. Sin comentarios... Gran razón la que tienes, Ester.
Un abrasote!!

Hadasita dijo...

Sabía que tú me entenderías, Álvaro, niño bueno... Hay cosas que no se comprenden si no se viven, ¿cierto?. Cuando te dejas el corazón al otro lado del océano no queda más remedio que volver. Ya falta menos...

Anónimo dijo...

Estheer!!! Me ha encantado el texto, sí que tienes razón. Yo no sé cómo es el verde de Nica del que tento hablas (aunque espero descubrirlo algún día), pero conozco un verde intermedio, el de Irlanda, donde la gente es mucho más persona que aqui, aunque imagino que no tanto como en Nicaragua. Y puedo entender que quieras volver pronto, debe de ser increíble la vida por allí, pero también mucho más difícil.

Bueno, espero verte pronto, que tengo que contarte algunas novedades...

En fin, cuídate y disfruta de este maravilloso finde que te espera. Muchos besitos!!!****

Escalante dijo...

Muy buena descripción, soy centroamericano, me alegra que escribas sobre nustras tierras...Saludos!

Anónimo dijo...

esther!

jope te exo de menos como tutora, pero me encantan tus clases :)


nos vemos mañana!!

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