sábado, 12 de marzo de 2016

Adúltera

Escucho el Evangelio. Y algo se estremece en lo más profundo de mí. Tengo sentimientos encontrados, porque entiendo el adulterio como una infidelidad, y yo detesto la infidelidad, sobre todo cuando quien la sufre soy yo. Pero, en nombre de la verdad, a la que amo tanto como aborrezco la mentira, hoy tengo que arrojar mi piedra al suelo, como aquellos hombres de hace más de 2000 años. Porque tampoco yo estoy libre de ese pecado...

Culpable de decir que quiero a Dios con toda el alma, 
y luego no confiar en su Providencia.
Culpable de vivir nuestros encuentros
con frialdad y por compromiso.
Culpable de falta de comunicación sincera con Él, 
un día, y otro, y otro.
Culpable porque todo me parece más urgente que Él, 
que es el verdaderamente importante.
Culpable de vivir con más pasión 
mis propias pasiones que su Voluntad.
Culpable de traicionarle siempre en los mismos pecados, 
de no enfrentarlos con seriedad.
Culpable de haberme acostumbrado a su perdón 
y no conmoverme ni agradecerlo como se merece.
Culpable de seguir mendigando amores, 
siendo objeto del Amor del mismo Dios.
Culpable de estremecerme más
con mi música que con sus Palabras.
Culpable de quejarme de estar sola,
 teniendo a Dios habitando el mi casa, en mí misma.
Culpable, en fin, de infidelidad, de flagrante adulterio.
De forma alegórica y literal. 
Sin el típico "cariño, esto no es lo que parece".
Sorprendida en pleno acto por mí misma; 
acusada y juzgada y apedreada por mí misma.
Y mientras Él, en silencio, ni juzga, ni acusa, ni apedrea, ni condena.
Calla. Como mucho escribe algo que no consigo ver en el suelo.
Y esta noche dormiremos juntos, como si no pasara nada.
Y sentiré la ternura de su abrazo sincero.
¿En qué momento se descongelará este corazón mío?
¿Cuántas lágrimas más hacen falta para ablandarlo lo suficiente
como para caer de rodillas y besar los pies del amor de mi vida?
Jesús mío, ten misericordia de mí...

2 comentarios:

Angel dijo...

Don Miguel, el de salamanca (alto soto de torres...) el de Unamuno, escribió sin la fe que pueda tener una persona normal, pero con una humildad impresionante estos versos de abajo... en el año de la Misericordia, hinchado nuestro corazón egoísta como el cuerpo de un ahogado, rezamos con la boca chica sus palabras...

Agranda la puerta...
Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar.

Tusy dijo...

Es el gran fiscal, el padre de la mentira, el que nos machaca con nuestras culpas y nos señala con el dedo, el que nos impregna de un enorme sentimiento de indignidad frente a Dios y nos insta a alejarnos, presos de vergüenza y sintiendo que nunca lograremos ser dignos del Señor.
Sin embargo, el plan de Dios es, a toda costa, comunicar al hombre su misma vida, es predestinarlo a una íntima unión con Él. Ni siquiera el pecado consigue anular este plan, sino que se convierte en ocasión de una manifestación más perfecta del amor divino, pues tras el pecado Dios da la posibilidad de entablar con Él una nueva relación de amistad, de amor, más íntima que la primera.
Dios nos ama cuando supuestamente menos lo merecemos, porque sabe que es cuando más lo necesitamos. Esto es lo maravilloso de este Misterio de Amor, que Jesús nos quiere sin importarle nuestras miserias ni cómo seamos.
Sin ir más lejos, vemos en la Biblia las faltas, algunas más graves que otras, de algunos de los profetas, de los apóstoles, y podemos comprobar que eso no fue motivo de repulsa para Dios, sino más bien ocasión para cambiar sus vidas, para conducirlos al camino de la santidad.
Como leía el otro día en una imagen que publicó un amigo mío en Facebook, Dios no llama a los calificados, sino que califica a los llamados.  Sintámonos pues, afortunados hoy, de que, en lugar de condenarnos, convierte continuamente nuestros defectos en ocasión de caminar hacia la virtud. 
¡Oh, feliz culpa, que mereció tan Gran Redentor! ¡Oh, feliz culpa!
Un abrazo y la paz de Cristo, Hadasita. Feliz día del Señor.

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