viernes, 5 de octubre de 2007

Efectos secundarios

Tengo una amiga fantástica que se llama Chon. El otro día nos tomamos un helado en la horchatería de abajo de casa. Y luego se pidió un bocata. Yo la miré un poco sorprendida. Entonces me contó que venía de confesarse, y que se le había abierto el estómago, que se moría de hambre. Me hizo gracia. Se había quedado tan agusto que había recuperado el apetito a tope. Lo mismo ocurre con el sueño: después de una buena confe ¡se duerme tan bien!. Jose Ramón, un señor de mi parroquia, me contaba esta mañana que él, antes de tener mal la cadera, volvía de confesarse pegando saltos por la calle, bajando las escaleras a brincos. Me pregunto: ¿hasta cuántos efectos secundarios se le puede contar a la confe? Cuando nos enferma el alma, ¿dónde nos duele?: en el cuerpo, por supuesto. Es lógico, pues, que al devolverle la salud, el cuerpo también se reponga. A mí hoy me ha dado por llorar...

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