domingo, 14 de octubre de 2007

La historia de Abu Muhammad

Sigo dando vueltas al vídeo que colgué con el título "superación personal". El de los ratones y las personitas corriendo por el laberinto buscando queso. Y me ha venido a la memoria un texto que copia Cabodevilla en "El Padre del hijo pródigo", y que os cuelgo aquí.

Abu Muhammad era un hombre pobre que vivía en un barrio extremo de Alejandría. Su casa también era pobre, con un pequeño patio en el cual crecía una higuera junto a un reloj de sol. Cierto día oyó en sueños una voz que le decía: “Vete a Ispahán y al pie de la mezquita, en la fachada trasera, verás una losa más oscura que las demás; levanta esa losa y encontrarás un gran tesoro”. El aviso se repitió tres noches. Ante tal insistencia, Abu Muhammad decidió hacer caso de aquella misteriosa revelación y se piso en camino. Después de muchas y fatigosas jornadas, llegó por fin a Ispahán y, cuando se hizo el silencio en la ciudad, se dirigió cautelosamente hacia la mezquita. Pero antes de poder cumplir su propósito fue sorprendido por unos guardias que sospecharon de él y lo condujeron ante la presencia del juez. “¿Por qué has venido a Ispahán?”. A pesar de la vergüenza que le causaba confesar su sueño a un extraño, optó Abú Muhammad por decir la verdad. El juez se echó a reír. No obstante, ordenó a los guardias que lo acompañaran hasta el lugar indicado y que cavasen en busca del supuesto tesoro; allí no había nada. A la vuelta, el juez rió de nuevo y dijo: “Eres un iluso. ¿Cómo has podido dar fe a tales fantasías? Tres noches seguidas he soñado yo con una gran fortuna en oro que se encuentra oculta bajo una higuera, junto a un reloj de sol, en el patio de una miserable casa de las afueras de Alejandría; ¿quién podría creer en semejante superstición? Vuelve a tu ciudad y olvida tu desvarío”. Abu Muhammad no contestó nada y salió. Inmediatamente emprendió el camino de regreso y, al llegar a su casa, se puso a cavar debajo de la higuera. A dos palmos de profundidad encontró una arqueta de hierro y, dentro de ella, doscientas monedas de oro.

A veces pensamos que lo mejor está fuera, en otro sitio.
Y es necesario recorrer parte de un camino inútil para darnos cuenta de lo que tenemos.
Quizá el queso nuevo esté... enterrado a menos de dos palmos en mi casa.
Quizá la felicidad esté tan cerca de mí misma como mi propio corazón,
ahí donde mora Dios...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno: refrescante y animante.
A seguir así

Hadasita dijo...

Me alegro que te guste. Por cierto: ¿quién eres? Siempre se os olvida firmarme... snifffff!!! :-)

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