viernes, 12 de septiembre de 2008

Sueño a colores

No sé cómo soñaréis vosotros. Ni siquiera recuerdo cómo soñaba yo misma hace un tiempo. Para la mayoría dormir no es más que descansar. Para mí está empezando a convertirse en una forma baratísima de viajar.

Sueño a colores. Sueño con cielos azules y rojos. Sueño con tierras ocres y verdes intensos. Sueño con estrellas brillantes, pieles morenas, ojos negros, caballos marrones galopando en la orilla de un océano bravo y espumosos. Sueño con mangos naranjas, pitallas de un morado escandaloso, rojos zapotes, piñas amarillas, blancos cocos, tartas azules, y el olor del café y el cacao.

Sueño con el paraíso de Masatepe, las playas de Pochomil, el amanecer en El Salto, los mercados de Masaya, las risas de los niños en el Crucero, los campos de frijoles de El Uval. Y cuando abro los ojos, la vida sigue teniendo color. Mi sangre es tan roja como la que corre por las venas de aquella gente. Y el cielo que nos cubre -y desde el que Dios mira a sus hijos complacido- es el mismo manto visto desde esquinas diferentes.

2 comentarios:

Álvaro dijo...

La distancia imprime, inevitablemente, ciertas dosis de melancolía, de ligera y agradable "saudade" que nos permite evocar, con una sonrisa en los labios, a aquellos que nos han hecho bien, con los que hemos compartido momentos ya imborrables.
Pero yerra estúpidamente el que piense que la distancia hace el olvido. Al contrario, la separación física no hace sino estrechar aún más los lazos ya creados, los cuales, suplen la falta de contacto mediante el recuerdo, las cartas o el teléfono. Lo que hace el olvido se encuentra en el interior del hombre: el desapego, la indiferencia, la apatía o la ausencia de interés: fruto de corazones podridos.
Por eso mismo, esta mañana he decidido -en un arranque de morriña incontenible- echar un vistazo a los vídeos de Nicaragua. En concreto, al último (el cual Ester, en un ejercicio de generosidad que le caracteriza, le ha asignado mi autoría). Me gusta mucho por multitud de razones: las imágenes seleccionadas: toda una batería de abrazos, risas, besos..., cuya presencia evitará el imperdonable olvido; la música: suave y alegre, tranquila y ligera, esperanzadora y pegadiza (como debe ser la esperanza); pero, sobre todo lo demás, me fascina por el mensaje de la letra, que entraña una verdad irrefutable: "Quiero amarte y tratarte bien; quiero amarte cada día y cada noche: estaremos juntos... ¿Es realmente amor lo que siento? ¡Quiero saber, quiero saber, quiero saber!..." Después, la canción experimenta un pequeño giro: "Yo estoy dispuesto... Quiero amarte y tratarte bien... ¿Es realmente amor lo que siento? ¡Oh, sí, lo sé; sí, lo sé; sí, lo se´!..."
Algunos quizá le achaquen el defecto inocuo de la repetición..., pero, ¿qué importa que se repita una verdad? Es más, habría que repetirla hasta la saciedad, anunciándola a diestro y siniestro hasta que nos quedásemos tan sólo con un tenue hilillo de voz que nos permitiera decir: "¿Es realmente amor lo que siento? ¡Oh, sí, lo sé; sí, lo sé; sí, lo sé!"
Ya estamos lo bastante creciditos como para andarnos con fútiles y estúpidos eufemismos que no engarzan con lo que realmente ansiamos expresar. A las cosas hay que llamarlas por su nombre; y es de obligatorio y justo cumplimiento explicar que los que tuvimos este año la dicha de poder ir a Nicaragua y empaparnos de una gente que nos ha marcado como un benigno estigma, hemos vivido, perplejos, el cambio que se producía en nosotros. En un principio, tal vez desde la distancia, no advertíamos que aquella gente -tan pobre y tan rica- iba limpiando la suciedad con la que nosotros llegábamos, y nos entregaban tan sólo una cosa (irrisoria para ignorantes, pero la más importante de todas): su amor. Les cogíamos cariño, comenzábamos a construir los primeros cimientos de la amistad y entablábamos conversaciones que impacataban a unos y otros (a años luz de tenerlas en España). Más tarde, ya desde la cercanía que propicia el calor humano, cada uno escuchaba una voz, muda para los demás, que decía: "Yo estoy dispuesto... Quiero amarte y tratarte bien..." Y terminábamos por descubrir, en el fugaz transcurrir de los días y las noches, que lo que realmente sentíamos (con la cabeza y con el corazón) tenía un nombre y no otro: amor.
Desde luego, todos nosotros nos llevamos un tesoro de valor incalculable extraído de un pequeño país de Centroamérica: la algarabía de niños que nos hacían sonreír a cada hora; los corazones que nos esperan con renovado entusiasmo el año que viene, dispuestos a brindarnos, otra vez, su amor. Porque "corazón" es sinónimo de "amor". Y el amor mancha de tal manera que no sale con nada.
¡¡Viva Nicaragua!!
¡Que me le vaya bien, Estersita!!

Hadasita dijo...

Precioso tu comentario, Álvaro, cariño. Me tocas la fibra con el tema, y lo sabes. Pero no me eches flores: ese vídeo es tuyo, yo sólo seguí tus instrucciones. ¡Cuánto nos ha enriquecido la pobreza nica, ¿verdad?! Te quiero mogollón, mi niño bueno. Besitos mil.

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