
Había una vez un pastor que tenía 100 ovejas, y se le perdió una.
Había una vez un padre, al que se le marchó de casa un hijo.
Había una vez una ovejita y un chaval joven, que salieron a buscar lo que encontraron de nuevo en su hogar.
Hace un par de años estuve en Roma sola. Ví mil cosas, disfruté como una loca, tengo el atardecer en el Tiber grabado en la retina y en el corazón a fuego, como nunca después volví a verlo. Y tuve tiempo para pensar. Es lo bueno de viajar sola. A veces hace falta (como le pasó a la ovejita o al pródigo). Andaba dándole vueltas a lo de la justificación. Imaginaba a Lutero pisando aquel mismo suelo que yo pisaba entonces, y qué es lo que le andaría rondando en la cabeza. Releí el pasaje sentadita en San Juan de Letrán. Y no lo entendí. ¿Nos justifica la fe, nos justifican las obras, la fe aunque las obras no salgan, las obras aunque la fe no acompañe?
Salí de allí y me encontré de morros con la Santa Escala. Me acerqué a ella por primera vez. No sabía bien qué era, pero como soy una persona educada, y "allá donde fueres haz lo que vieres" (¡otro refrán popular chuli!), me arrodillé y empecé a subirla. Veía que la gente rezaba algo, pero no sabía el qué. Miré el reloj: eran las 3 de la tarde. Así que saqué mi rosario del bolsillo y empecé: "Coronilla a la Divina Misercordia. Por la señal...". Y fui subiendo, escalón tras escalón. A poco más de la mitad ví la imagen del fondo completa: Cristo Crucificado, y arriba Dios Padre bendiciendo (¿bendiciéndole, o bendiciéndonos?). "Padre Eterno, te ofrezco el cuerpo y la sangre, el alma y la divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero". Y entonces lo entendí. «Somos justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús» (Rom.3,24).
Y lloré...
Hoy es un domingo especial. Celebramos la fiesta de la Divina Misericordia. Y he decidido poneros la imagen de la ovejita en vez de la del Cristo, porque a mí me ayuda a recordar mejor el sentido de este día y de la Pascua en general.
Había una vez un Pastor que salió en busca de su oveja perdida, ¡y la encontró!. Había una vez un Padre que estrechó entre sus brazos al hijo roto y hambriento, y lo vistió de gala y montó una fiesta por todo lo alto para celebrar que lo había recuperado con vida. Había una vez un Dios, que amaba tanto al hombre, que quiso pagar por él. Esa era la esperanza de Pablo («la vida, que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí». Gal.2,20), y esa quiero que sea la mía.
"Jesús, que en el Evangelio te comparas a la más tierna de las madres, confío en Tus palabras, porque Tú eres la Verdad y la Vida. Jesús confío en Ti contra toda esperanza, contra todo sentimiento que está dentro de mí y es contrario a la esperanza. Haz conmigo lo que quieras, no me alejaré de Ti, porque Tú eres la fuente de mi vida" (del diario de Faustina Kowalska).