Hay un libro que me encanta.
Es uno de esos "de cabecera", que se leen y se releen decenas de veces. Y que siempre hacen bien.
Cuando en el cole, mis alumnas me preguntan "Esther, ¿cuál es tu libro favorito? y no nos digas la Biblia, porfis", siempre contesto sin dudarlo ni un segundo: "El Principito".
Anoche lo recomencé. Igual que hoy el día. Igual que ayer la semana.
Me va acompañando en mis recomenzares. Y siempre los ilumina de alguna manera.
Y dí con una frase, de esas de oro puro.
El contexto es sencillo: el protagonista le propone al niño atar a su cordero para que no se vaya...
- Es que, si no lo atas, se irá a cualquier parte y se perderá...
Mi amigo soltó una carcajada:
- ¿Pero a dónde quieres que vaya?
- A cualquier sitio. Todo recto...
Entonces el principito observó gravemente:
- No importa. ¡Yo vivo en un sitio tan pequeño!...
Y, quizá con algo de melancolía, añadió:
- TODO RECTO NO SE PUEDE IR MUY LEJOS...
Cerré el libro. Y respiré hondo. Y pensé en los reglones rotcidos de Dios.
Digan lo que digan los expertos, el espacio más corto entre dos puntos no siempre es la línea recta. A veces la línea recta no lleva a ningún punto. Una se hace sus planes, y luego llega Dios y con su Providencia nos da la vuelta al calcetín, y siempre es para bien. Aunque de entrada no entendamos nada. Hoy, sin ir más lejos, he tenido que pasar todo el día en urgencias, y me toca semanita de reposo. Llueve sobre mojado. Y de todas formas me siento privilegiada. Porque las piezas del puzle encajan (aunque no se coloquen en línea recta).
Imagino que alguien podría decirle a Dios sobre nosotros lo mismo que Saint-Exupery a su principito: "si no los atas, se irán a cualquier parte y se perderán".
Imagino que su respuesta sería bien parecida...
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