Las cuentas atrás suelen empezar así: "Tres, dos, uno... ¡¡cerooooo!!". Pues aquí empieza la mía: "Tres...". Tres días para volar hacia Nicaragua. Y un nudo en la tripa más grande que el charco que tendré que cruzar. Es el dichoso miedo. A lo desconocido, supongo. Desconozco lo que me espera allí, y desconozco el cambio que este viaje pueda producir en mí.
Todo esto me parece una tremenda locura. No sé cómo se las ha apañado Dios para mandarme allá sin darme tiempo a pensarlo siquiera un par de días. Él no tiene miedo, porque no desconoce nada. Cuenta con todo, porque todo lo sabe, y por eso juega sus cartas a la perfección. Y sabía que llegaría mi cuenta atrás y me moriría de miedo. Quizás por eso no me dejó pensármelo. Quizás -por fin- me espere algo bueno. Quizás sólo tenga que confiar. Como hace Hadasita. Ella prepara su maletita en un plis-plas, mete su osito, su libro de cuentos, y su vestido favorito; y ya está lista para lo que venga. Si la llevo yo, siempre viene contenta: jamás duda que iremos a algún sitio bueno. Los niños son así. Mi peque es así. Y así quiero ser yo.
"Tres...". Yo sigo como loca buscando mi pasaporte entre las cajas del traslado; y mi niña ya está lista, preguntando sin parar: "¿Nos vamos ya? ¿Falta mucho? ¿Cuándo nos vamos?". Carry corretea moviendo el rabo con la lengua fuera, dando vueltas a nuestras piernas, sin entender nada: ni la alegría de Hadasita ni mi miedo. Imagino que Dios andará mirándonos a las tres con infinita ternura...
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