miércoles, 27 de abril de 2011

A modo de felicitación...

La Vida a la muerte vence.
Es lo que celebramos en Pascua; y cada día en la Misa.
¡Felicidades a todos!.

A veces, esta tarea de dar vida que hemos heredado de Cristo, no nos resulta fácil. Pero merece la pena... ¿sí o sí?.
Aquí un vídeo. Para meditar... y sobre todo para disfrutar. Es cortito.

domingo, 17 de abril de 2011

Domingo de Ramos





















Rompe en clamor el gentío.
En la calle un solo grito.
Viene montando en burrito:
ya está cruzando las puertas.
Jerusalén: ciudad abierta
a recibir al Bendito...
(A. Mayol)


(Dale al Play)

domingo, 10 de abril de 2011

Vida del hombre, gloria de Dios

Esta es la vida del hombre.
La vida nueva.
Cuando te hayas sentido morir, recuérdalo.

Puede que tengas. Puede que no tengas. De todas maneras, da.
Puede que te sientas solo, o que te aburra tanta gente.
No importa. La vida del hombre es ésta:
“Parte tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo,
viste al desnudo, y no te cierres a tu propia carne”.

Ésta es la gloria de Dios: la vida del hombre.
La vida de la buena, la auténtica, la enriquecedora,
la que da satisfacción, la que exige esfuerzo,
la que no entiende de clases, ni de protocolos,
ni de jerarquías, ni de exclusiones.

La gloria de Dios es la vida del hombre.
Y cuando el hombre viva,
cuando decida vivir como Dios,
vivir como lo hizo Dios en Cristo,
"entonces romperá tu luz como la aurora,
en seguida te brotará la carne sana” (Is 58, 7-8).
¿Y qué otra cosa es la resurrección?

jueves, 7 de abril de 2011

Un rumor en la brisa

Desde joven, siempre tuve la extraña certeza de que un día, uno cualquiera, Dios se haría evidente en mi vida. No tendría que buscarlo yo, como no le buscó Moisés ni Pablo ni Natanael ni Agustín de Hipona ni André Frossart. Porque en mi soberbia de hombre joven, siempre me creí al menos tan bueno –o tan malo- como cualquiera de ellos. Sería Dios quien viniera a mí, estaba seguro.

Yo presentía que un día, uno cualquiera, Dios se haría evidente en mi vida. Que entraría por la puerta grande, invadiéndolo todo con su grandeza, impidiéndome atender a nada que no fuera su cegadora luz.

Sí: mis padres me hicieron ver de niño todas esas películas que pasan por la tele por Semana Santa. Y algo se me quedó de ellas: sin zarzas ardiendo, mares abiertos en dos, mártires en un circo romano, Pedros que lloran amargamente, Judas ahorcándose desesperados… sin todo ese bombo y platillo, yo no concebía a Dios.

Y resulta que todo sucedió de una manera mucho más sencilla. Sin truenos ni relámpagos. Sin tormentas ni diluvios. Como la leve brisa que entraba por mi balcón, abierto por el calor de la primavera. Cogí un libro, uno cualquiera, éste mismo; y empecé a leer. Y el muro entre Dios y yo cayó, sin hacer ningún ruido, sin que me diera apenas cuenta.

Ya han pasado varios meses; y Dios todavía no me ha hecho llorar. Es cierto que mi vida es más ordenada ahora, y sobre todo que duermo más tranquilo y no me cuesta tanto sonreír. Por lo demás, no siento nada especial: no hay presencias singulares, voces evidentes, acontecimientos espectaculares. Las películas, películas son. La vida de la fe tiene poquito que ver con Hollywood, gracias a Dios. Yo sigo sufriendo como todo el mundo, sigo pensando que el Señor se duerme en mi barca cuando más lo necesito, soy más consciente de lo poco que puedo cuando me empeño en funcionar a solas, por cuenta propia. También confío más, me relaciono más, comparto más. Y puedo vivir las cosas –mejores y peores- con una calma que yo no conocía. A veces tropiezo; muchas me caigo, todas me levanto. Y entre Dios y yo existe una relación agradable, refrescante, sencilla, como la brisa.
Wizard Animation