Hay cosas que no conviene decir en voz alta.
Mejor que nadie lo escuche.
Es peligroso. Trae consecuencias.
A veces parece que te gusta provocar.
¿No te das cuenta que te estás pasando un poco?
No se puede ir de frente y soltar perlas como éstas:
- Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
- Soy yo, el que habla contigo.
- ¿Crees tú en el Hijo del hombre?
- ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
- Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.
- Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.
- Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.
¿No lo ves? ¿No te das cuenta?
Te la estás jugando.
¡Calla y agacha la cabeza, como hacemos todos!
No seas insensato, imprudente, impopular...
¿No oyes los gritos en las calles?
¿No te asusta el rugido en la noche?
- ¡Ha blasfemado!
- ¡Es reo de muerte!
- ¡Crucifícale!
¡Pero dinos algo!
¿No ves que estamos muertos de miedo?
¿Cómo hacemos ahora para salvarte... para salvarnos?
Nosotros te queríamos.
Pero tu Verdad es peligrosa.
¿Hoy no vas a animarnos, a consolarnos?
Queremos escuchar de Ti
una Palabra que tranquilice nuestro espíritu
en la Hora, en el culmen de la Historia.
Y Tú nos miras con amor.
Y nos dices tres verdades como puños,
que nos dejan sin aliento,
con un incómodo sudor frío,
con un nudo en la garganta.
- Ni siquiera una hora habéis podido velar conmigo...
- Con un beso me entregas...
- Antes que el gallo cante me negarás tres veces...
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