Desde joven, siempre tuve la extraña certeza de que un día, uno cualquiera, Dios se haría evidente en mi vida. No tendría que buscarlo yo, como no le buscó Moisés ni Pablo ni Natanael ni Agustín de Hipona ni André Frossart. Porque en mi soberbia de hombre joven, siempre me creí al menos tan bueno –o tan malo- como cualquiera de ellos. Sería Dios quien viniera a mí, estaba seguro.
Yo presentía que un día, uno cualquiera, Dios se haría evidente en mi vida. Que entraría por la puerta grande, invadiéndolo todo con su grandeza, impidiéndome atender a nada que no fuera su cegadora luz.
Sí: mis padres me hicieron ver de niño todas esas películas que pasan por la tele por Semana Santa. Y algo se me quedó de ellas: sin zarzas ardiendo, mares abiertos en dos, mártires en un circo romano, Pedros que lloran amargamente, Judas ahorcándose desesperados… sin todo ese bombo y platillo, yo no concebía a Dios.
Y resulta que todo sucedió de una manera mucho más sencilla. Sin truenos ni relámpagos. Sin tormentas ni diluvios. Como la leve brisa que entraba por mi balcón, abierto por el calor de la primavera. Cogí un libro, uno cualquiera, éste mismo; y empecé a leer. Y el muro entre Dios y yo cayó, sin hacer ningún ruido, sin que me diera apenas cuenta.
Ya han pasado varios meses; y Dios todavía no me ha hecho llorar. Es cierto que mi vida es más ordenada ahora, y sobre todo que duermo más tranquilo y no me cuesta tanto sonreír. Por lo demás, no siento nada especial: no hay presencias singulares, voces evidentes, acontecimientos espectaculares. Las películas, películas son. La vida de la fe tiene poquito que ver con Hollywood, gracias a Dios. Yo sigo sufriendo como todo el mundo, sigo pensando que el Señor se duerme en mi barca cuando más lo necesito, soy más consciente de lo poco que puedo cuando me empeño en funcionar a solas, por cuenta propia. También confío más, me relaciono más, comparto más. Y puedo vivir las cosas –mejores y peores- con una calma que yo no conocía. A veces tropiezo; muchas me caigo, todas me levanto. Y entre Dios y yo existe una relación agradable, refrescante, sencilla, como la brisa.
1 comentario:
No sé muy bien de que libro hablas...pero conozco la sensación de sentir a Jesús cerca de ti.
este fin de semana mi grupo interparroquial del campamento fue invitado por Juniors M.D. a la 2milipico, una convivencia de educadores.
900 jóvenes, allí reunidos...y nos sentiamos afortunados de estar allí, de pasar la noche con Él y por Él, de haberlo elegido a Él antes que a unas botellas de alcohol en un parque... Nosotros si escuchamos la llamada.
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