El pasado 2 de marzo me declaré "en pausa".
Pues bien: me retiro oficialmente de ese estado.
Como no hay mal que por bien no venga,
he descubierto que -por muy bien que meta la marcha-
no adelanto nada con el freno de mano echado.
Mi profesor de la autoescuela me dijo: "Examen suspendido".
Y yo pensé: "Lección aprendida".
Y no tenía en mi cabeza el coche precisamente.
Quito el freno de mano y me meto en la calzada, a ver qué pasa.
Igual va y descubro que me gusta conducir.
A lo mejor me rodeo de un montón de coches que no conozco,
y no colisiono con ninguno de ellos.
Salgo de la sala de espera y me meto en la sala de curas.
Al final, las heridas de mis rodillas de la caída del otro día
ya son costras a puntito de caer.
Debajo hay piel nueva, aunque todavía no la vea.
¿Que voy a volver a llorar?: ¡seguro!. Y me temo que muy pronto.
¿Que meteré la pata?: ¡con toda certeza!.
Hasta los superhéroes lo hacen.
Hasta los superhéroes lo hacen.
Probablemente hasta suspenda el examen de conducir real.
Pero no pienso dejar de intentarlo por ello.
No cambio de sentido, sólo me reincorporo a la circulación.
Tampoco soy tan tonta como para ir sin cinturón de seguridad;
y de momento llevo a mi lado a alguien en quien confío,
que tocará pedales si me ve en peligro.
En mi sala de curas tengo tres doctores honoris causa: M, J, A.
Son los mejores, así hace Dios las cosas. ¿Qué más puedo pedir?.
¿Acaso me queda ya algo que perder?
Pese a la cuerda afirmación del Principito,
yo creo que adelante, todo recto, a veces se puede llegar al destino.