El inicio es una pesadilla en toda regla. Mirad:
Siempre que he visto esa escena me ha parecido más que inquietante, angustiosa.
Pero pasan los años, y la realidad supera la ficción.
Estamos a 2 de abril de 2020, y estas imágenes no son de ninguna película:
Así es. Nuestras calles se han vaciado.
Una pandemia de magnitud planetaria nos ha invadido.
Y cada uno está en su casa, protegiéndose
y protegiendo al resto de ser infectados.
Y ya son tres semanas.
De no quedar, de no vernos, de no tocarnos.
De soledad.
Hay miedo, hay ansiedad, hay angustia.
Por lo que está ocurriendo: ¡tanto enfermo, tanta muerte!.
Pero también por lo que se avecina:
una crisis económica como aquella de la postguerra,
de la que no nos quedan mayores que nos cuenten nada,
porque ya hace mucho; mucho y muy lejano.
Y la esperamos aislados,
sin sentir el apoyo de la cercanía del otro.
Soledad. Sí. Pero... soledad sonora.
Y no me refiero al sonido del móvil que no para de avisar
de cada mensaje que recibe, a todas horas.
Que parece que nos hemos vuelto locos
por enviar y reenviar sin ningún criterio o sentido.
Ni siquiera al sonido de los aplausos en los balcones,
alentando la labor sanitaria en primera línea de batalla,
cada día a las 8 de la tarde.
Es el sonido suavísimo, delicadísimo
del aleteo del Espíritu sobre el caos.
¿No lo escucháis?
Es la brisa suave que sopla en las mejillas
secando las lágrimas de los hijos de Dios.
Es la firmeza de la fe de la Iglesia, más doméstica que nunca,
que sostiene entre sus manos con fuerza un viejo rosario.
Es la Palabra, clara y oportuna, que nos pregunta:
"¿Por qué tenéis miedo? ¿Todavía no tenéis fe?".
Es Pedro, anciano y enfermo,
desde el centro mismo de la cristiandad,
elevando al mundo entero la bendición de Dios.
Es la mano protectora del Padre sobre tu cama,
que permite que duermas y descanses, pese a todo.
Es la gracia de poder recuperar la certeza
(tan anestesiada, casi olvidada)
de que sólo hay un nombre en el mundo que nos pueda salvar.
¡Sólo uno! ¡Sólo Él!.
Así ha sido siempre: plagas, diluvios, pandemias...
¡Y Dios llamando al hombre, a gritos, a gritooooossss!
Y en medio de la muchedumbre que corre
como pollo sin cabeza buscando papel higiénico,
el Pueblo de Dios abre los ojos, las manos y el corazón,
y vive la que probablemente será
la mejor cuaresma de nuestras vidas.
La del desierto y la cuarentena,
la de la comunión en la distancia y la oración encendida.
La de la vuelta a lo esencial.
La del 2020.
1 comentario:
Gracias y Gracias, Estherita mía. Mil gracias porque en este silencio de verdad oímos el susurro del "te quiero" de Dios.
Sólo en este silencio podemos oír el latir del amor de Dios en el pecho de Jesús...
Ven, Jesús, Tú que todo lo haces nuevo. Ven Jesús y tócanos Tú. Di mi nombre. Pronuncia Tú mi nombre y yo seré nueva...
Que nada sea ya como era, Jesús ¡¡ HAZLO TODO NUEVO !!
¡¡¡HAZNOS NUEVOS A TODOS!!! ♥️ ♥️ ♥️ ♥️ ♥️
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