lunes, 29 de septiembre de 2008
Sentimientos (III)
Una pequeña aclaración. En los humanos también se da a veces la causa-efecto, aunque hagamos además muchas cosas raras que no tengan fundamento. Indiscutiblemente, ante el desamor sufrimos, y ante el amor nos crecemos. Eso es así, siempre. Lo ví clarísimo en Nicaragua, y lo sigo viendo en España. El amor tiene efectos en los sentidos y en el sentido. Cuando me siento amada me palpita el corazón y me crecen las alas, y hasta el sufrimiento se vuelve fecundo. Cuando siento el desamor lloro a moco tendido, y se me van las ganas de seguir luchando. Quizás por eso Jesús insistió tanto en el Mandamiento Nuevo, Ley eterna de quienes somos familia de Dios...
domingo, 28 de septiembre de 2008
Sentimientos (II)
Hoy Carry ha cumplido 7 meses. Lo hemos celebrado en familia, y ha tenido regalito por supuesto: una correa nueva bien bonita. Ahora mismo ya es mucho más grande que Hadasita, casi la puede subir a caballito. Ella no entiende de aniversarios; pero estaba pletórica, seguramente porque veía mucha gente en casa: saltaba, corría, mordía, sacaba sus juguetes desperdigándolos por el jardín... Ahora que se han ido todos, la veo desde mi ventana, tumbadota, bien tranquila, mordisqueando un palito. No tengo ni la más remota idea de qué puede estar sintiendo.
La semana ha sido densa, con momentos tensos, otros divertidos; con algunos temores, con tentaciones evidentes, con algo de vergüenza, y breves instantes de paz intermitentes en medio de la lucha por mantener el tipo en las cosas cotidianas. Como cada sábado, ayer me confesé. Objetivamente, pero por pura Gracia, bastante mejor que la semana anterior. Y el cura me preguntó: "¿no estás más contenta?". Le dije que sí porque era lo que tocaba decir. Aunque en realidad no me sentía más contenta. Me sentía agotada.
Creo que no mentí. No sé hasta qué punto los sentimientos tienen que ver con el hervor de la sangre, con la exaltación, las palpitaciones, los gritos, las lágrimas y otras manifestaciones físicas. ¿Acaso no puede una persona estar contenta sin sentir la alegría a flor de piel?. ¿No es mucho más profunda la alegría que produce el sentido que la que produce el sentimiento?. Si los esfuerzos, las luchas, los intentos, los tropezones con lección incorporada, el cansancio, han estado en coherencia con la conciencia y con el camino vita elegido, saberlo ¿no es alegría?.
Quizá sea eso justamente, el sentido, lo que diferencia los sentimientos humanos de los animales. Mi Carry, después de la locura y la emoción de esta mañana, es incapaz de dar gracias a la vida por tener la oportunidad de seguir saltando, y corriendo, y mordiendo un mes más. En cambio, yo sí puedo dar gracias a Dios por la compañía que me hace; y aunque no sienta ningunas ganas de sacarla a pasear, en cuanto acabe de publicar esta entrada me iré con ella por la urbanización, contenta. Y antes de dormir, ella me lamerá la mejilla; y yo le besaré el morrito. Y ella sentirá el contacto físico, le gustará y moverá la colita. Pero dudo que entienda el sentido de mi gesto, ese "gracias por estar ahí, mi peludita". Aun así, todo estará en orden. Y un ángel velará nuestros sueños...
La semana ha sido densa, con momentos tensos, otros divertidos; con algunos temores, con tentaciones evidentes, con algo de vergüenza, y breves instantes de paz intermitentes en medio de la lucha por mantener el tipo en las cosas cotidianas. Como cada sábado, ayer me confesé. Objetivamente, pero por pura Gracia, bastante mejor que la semana anterior. Y el cura me preguntó: "¿no estás más contenta?". Le dije que sí porque era lo que tocaba decir. Aunque en realidad no me sentía más contenta. Me sentía agotada.
Creo que no mentí. No sé hasta qué punto los sentimientos tienen que ver con el hervor de la sangre, con la exaltación, las palpitaciones, los gritos, las lágrimas y otras manifestaciones físicas. ¿Acaso no puede una persona estar contenta sin sentir la alegría a flor de piel?. ¿No es mucho más profunda la alegría que produce el sentido que la que produce el sentimiento?. Si los esfuerzos, las luchas, los intentos, los tropezones con lección incorporada, el cansancio, han estado en coherencia con la conciencia y con el camino vita elegido, saberlo ¿no es alegría?.
Quizá sea eso justamente, el sentido, lo que diferencia los sentimientos humanos de los animales. Mi Carry, después de la locura y la emoción de esta mañana, es incapaz de dar gracias a la vida por tener la oportunidad de seguir saltando, y corriendo, y mordiendo un mes más. En cambio, yo sí puedo dar gracias a Dios por la compañía que me hace; y aunque no sienta ningunas ganas de sacarla a pasear, en cuanto acabe de publicar esta entrada me iré con ella por la urbanización, contenta. Y antes de dormir, ella me lamerá la mejilla; y yo le besaré el morrito. Y ella sentirá el contacto físico, le gustará y moverá la colita. Pero dudo que entienda el sentido de mi gesto, ese "gracias por estar ahí, mi peludita". Aun así, todo estará en orden. Y un ángel velará nuestros sueños...
sábado, 27 de septiembre de 2008
Sentimientos (I)
Ordenando libros en casa, he dado con un curioso "Diccionario de sentimientos". El índice es extenso: deseo, calma, desasosiego, amor, ira, aburrimiento, miedo, valor, trsiteza, alegría, culpa, vergüenza...
Es complejo este mundo de los sentimientos en las personas humanas.
Yo estudio mucho a Carry, me llama cantidad la atención. Sé que ella tiene sentimientos. La veo contenta, triste, contrariada, pletórica, juguetona. A mí me quiere con locura, y cuando llego del trabajo y entro en casa se hace pis de la emoción. Cuando me ve llorar se acerca por delante y me lame las orejas, o se me sube por la espalda y me mordisquea el pelo. Cuando quiere jugar me coge del pantalón y tira de él para llevarme hacia el jardín. Cuando la riño pone cara de compungida, y esconde el morrito entre las patas. A veces tenemos broncas de las buenas, y le caliento el culete con la zapatilla a base de bien. Y entonces se aleja de mí, a una distancia prudencial, medio con miedo, medio enfurruñada. Pero en menos de 10 minutos ya se le ha pasado el enfado, y viene a buscarme, poniéndose panza arriba para que le acaricie la tripita: porque sabe que me encanta, ¡es tan suavita!. Al principio pensaba que ya no se acordaba del enfado, que su memoria era limitada. Pero luego la veo cómo recuerda a la perfección otras cosas. No se le olvida que "seu" es que quiero que se siente, o que "al meu costat" es que no corra, o que "beset" es lametón en la mejilla, o que "anem al carrer" es que coja su correa, que toca paseo. O sea, que memoria sí tiene. Al menos para las órdenes básicas. Pero para los sentimientos... parece que los sentimientos en ella sí tienen fecha de caducidad. Los enfados, la tristeza, esas cosas apenas le duran. En cambio, a las personas humanas nos cuesta un montón pasar página. Es curioso, ¿verdad?. Si nosotros estamos mejor hechos que los perros, en ese dolor prolongado debe haber algo bueno, algo provechoso; aunque todavía no he pillado qué puede ser.
También me he dado cuenta que en Carry y en Hadasita, los sentimientos tienen un fundamento objetivo. Hay causa-efecto. Se disgustan cuando las riño, están contentas cuando jugamos, tranquilas cuando todo está en orden -incluído el horario, por supuesto-, alteradas cuando llueve, melancólicas los lunes...
En cambio las personas mayores hacemos cosas raras.
Nos sentimos mal si pensamos que alguien no nos ha saludado con amabilidad, y sospechamos si nos saludan con "demasiada" amabilidad.
Sentimos inseguridad si nadie comenta el valor de nuestro trabajo, aunque esté bien hecho.
Nos agobiamos y asustamos por cosas que probablemente ocurran, o probablemente no.
Cuando alguien nos hace un favor sentimos que le debemos algo a cambio. No es agradecimiento: es falta de fe en la gratuidad.
No nos ajustamos a lo objetivo. Y tampoco en esto he pillado todavía por qué puede ser.
Carry, Hadasita y yo. Cuando antes he afirmado la superioridad humana sobre los perros, ¿a quién me refería? ¿a mi peque o a mí?. ¿Quién se asemeja más a Dios: el niño o el adulto?.
Me paro a hacer mi oración de la mañana y leo: "Siendo niños no tendréis penas: los niños olvidan en seguida los disgustos para volver a sus juegos ordinarios. -Por eso, con el abandono, no habréis de preocuparos, ya que descansaréis en el Padre" (C.864).
Es complejo este mundo de los sentimientos en las personas humanas.
Yo estudio mucho a Carry, me llama cantidad la atención. Sé que ella tiene sentimientos. La veo contenta, triste, contrariada, pletórica, juguetona. A mí me quiere con locura, y cuando llego del trabajo y entro en casa se hace pis de la emoción. Cuando me ve llorar se acerca por delante y me lame las orejas, o se me sube por la espalda y me mordisquea el pelo. Cuando quiere jugar me coge del pantalón y tira de él para llevarme hacia el jardín. Cuando la riño pone cara de compungida, y esconde el morrito entre las patas. A veces tenemos broncas de las buenas, y le caliento el culete con la zapatilla a base de bien. Y entonces se aleja de mí, a una distancia prudencial, medio con miedo, medio enfurruñada. Pero en menos de 10 minutos ya se le ha pasado el enfado, y viene a buscarme, poniéndose panza arriba para que le acaricie la tripita: porque sabe que me encanta, ¡es tan suavita!. Al principio pensaba que ya no se acordaba del enfado, que su memoria era limitada. Pero luego la veo cómo recuerda a la perfección otras cosas. No se le olvida que "seu" es que quiero que se siente, o que "al meu costat" es que no corra, o que "beset" es lametón en la mejilla, o que "anem al carrer" es que coja su correa, que toca paseo. O sea, que memoria sí tiene. Al menos para las órdenes básicas. Pero para los sentimientos... parece que los sentimientos en ella sí tienen fecha de caducidad. Los enfados, la tristeza, esas cosas apenas le duran. En cambio, a las personas humanas nos cuesta un montón pasar página. Es curioso, ¿verdad?. Si nosotros estamos mejor hechos que los perros, en ese dolor prolongado debe haber algo bueno, algo provechoso; aunque todavía no he pillado qué puede ser.
También me he dado cuenta que en Carry y en Hadasita, los sentimientos tienen un fundamento objetivo. Hay causa-efecto. Se disgustan cuando las riño, están contentas cuando jugamos, tranquilas cuando todo está en orden -incluído el horario, por supuesto-, alteradas cuando llueve, melancólicas los lunes...
En cambio las personas mayores hacemos cosas raras.
Nos sentimos mal si pensamos que alguien no nos ha saludado con amabilidad, y sospechamos si nos saludan con "demasiada" amabilidad.
Sentimos inseguridad si nadie comenta el valor de nuestro trabajo, aunque esté bien hecho.
Nos agobiamos y asustamos por cosas que probablemente ocurran, o probablemente no.
Cuando alguien nos hace un favor sentimos que le debemos algo a cambio. No es agradecimiento: es falta de fe en la gratuidad.
No nos ajustamos a lo objetivo. Y tampoco en esto he pillado todavía por qué puede ser.
Carry, Hadasita y yo. Cuando antes he afirmado la superioridad humana sobre los perros, ¿a quién me refería? ¿a mi peque o a mí?. ¿Quién se asemeja más a Dios: el niño o el adulto?.
Me paro a hacer mi oración de la mañana y leo: "Siendo niños no tendréis penas: los niños olvidan en seguida los disgustos para volver a sus juegos ordinarios. -Por eso, con el abandono, no habréis de preocuparos, ya que descansaréis en el Padre" (C.864).
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viernes, 26 de septiembre de 2008
¡¡¡Más de 20.000!!!
martes, 23 de septiembre de 2008
Precioso
lunes, 22 de septiembre de 2008
¡Colgados!
Hace siglos publiqué una entrada titulada "Soltarse". Mantengo todo lo que dije allí. Pero de todas maneras, hoy quiero hacer una apología de los "colgados".
En el diccionario de argot que tengo en casa, se los define como "aquellos que dependen de algo o de alguien, sobre todo cuando están enamorados". Es bonito. Y es compatible. Porque si hay que soltarse de lo que nos esclaviza, es legítimo y necesario colgarse de lo que nos libera. ¡¿Y qué puede liberarnos más que el amor?!
¡Vivan los colgados, sí señor!
Los que se atreven mojarse en una amistad sincera.
Los que trabajan su propia felicidad haciendo felices a otros.
Los que se exigen y buscan dar lo mejor de sí, aunque nadie se dé cuenta de su esfuerzo.
Los que besan, y abrazan, y acarician, y sonríen, sin que les importe que algunos piensen que están locos.
Los que confiesan sin vergüenza que su vida tiene sentido porque la dirige Otro.
Los que se dejan conquistar.
Los que viven con el corazón enganchado al Cielo.
Colgados. Totalmente colgados. Más libres que nadie. Porque les atan cadenas de amor.
¡Vivan los colgados, sí señor!
En el diccionario de argot que tengo en casa, se los define como "aquellos que dependen de algo o de alguien, sobre todo cuando están enamorados". Es bonito. Y es compatible. Porque si hay que soltarse de lo que nos esclaviza, es legítimo y necesario colgarse de lo que nos libera. ¡¿Y qué puede liberarnos más que el amor?!
¡Vivan los colgados, sí señor!
Los que se atreven mojarse en una amistad sincera.
Los que trabajan su propia felicidad haciendo felices a otros.
Los que se exigen y buscan dar lo mejor de sí, aunque nadie se dé cuenta de su esfuerzo.
Los que besan, y abrazan, y acarician, y sonríen, sin que les importe que algunos piensen que están locos.
Los que confiesan sin vergüenza que su vida tiene sentido porque la dirige Otro.
Los que se dejan conquistar.
Los que viven con el corazón enganchado al Cielo.
Colgados. Totalmente colgados. Más libres que nadie. Porque les atan cadenas de amor.
¡Vivan los colgados, sí señor!
domingo, 21 de septiembre de 2008
Hadasita
Mi niña es real. Algunos me han comentado en privado que les encanta la imaginación que tengo. ¡Y yo no sé cómo explicarles que Hadasita es real!.
Hoy le he dicho: "Hay quien piensa que no existes, porque no he colgado ninguna foto tuya". Y me ha contestado -medio enfadada, medio bromeando-: "Pues si yo no existo, ellos tampoco: ¡los del otro lado nunca ponen fotos!". Y tiene razón. ¿Quién puede decir, por ejemplo, que el Principito de Saint-Exupéry no existió realmente?. Y sólo nos dejó algún pequeño garabato de él.
Mi Hadasita es real. Se levanta por las mañanas medio dormida, desayuna su lechita con galletas, y va al colegio como el resto de las niñas. A veces se porta regulín, y a veces es un auténtico encanto. Lo pregunta todo, no se guarda nada. Cuando se equivoca llora, y no le cuesta pedir perdón. No le gusta hacer deberes, le encantan los cuentos, y su osito es su juguete favorito. A Carry la llama "mi peluche mordedor", y a vosotros "los del otro lado". Le pirra el chocolate, y las pocas veces que le doy siempre acaba con la boca marrón, hasta los mofletes. Se sabe de memoria "Monstruos SA", y le encanta que le acaricie el pelo y le haga petorretes en la panchita. Y en sus oraciones de la noche la oigo pedir al Buen Dios que la haga buena.
Quizás yo también deba colgaros un pequeño garabato de mi niña. Así sabréis que existe, tan real como el Principito, como vosotros, como yo misma.
Hoy le he dicho: "Hay quien piensa que no existes, porque no he colgado ninguna foto tuya". Y me ha contestado -medio enfadada, medio bromeando-: "Pues si yo no existo, ellos tampoco: ¡los del otro lado nunca ponen fotos!". Y tiene razón. ¿Quién puede decir, por ejemplo, que el Principito de Saint-Exupéry no existió realmente?. Y sólo nos dejó algún pequeño garabato de él.
Mi Hadasita es real. Se levanta por las mañanas medio dormida, desayuna su lechita con galletas, y va al colegio como el resto de las niñas. A veces se porta regulín, y a veces es un auténtico encanto. Lo pregunta todo, no se guarda nada. Cuando se equivoca llora, y no le cuesta pedir perdón. No le gusta hacer deberes, le encantan los cuentos, y su osito es su juguete favorito. A Carry la llama "mi peluche mordedor", y a vosotros "los del otro lado". Le pirra el chocolate, y las pocas veces que le doy siempre acaba con la boca marrón, hasta los mofletes. Se sabe de memoria "Monstruos SA", y le encanta que le acaricie el pelo y le haga petorretes en la panchita. Y en sus oraciones de la noche la oigo pedir al Buen Dios que la haga buena.
Quizás yo también deba colgaros un pequeño garabato de mi niña. Así sabréis que existe, tan real como el Principito, como vosotros, como yo misma.
sábado, 20 de septiembre de 2008
Superstar
Esta noche he estado en el teatro. La imagen habla por sí sola. Buenas voces, buena música, alguna escena bien versionada, poco presupuesto, y un mensaje más que confuso. No hubiese estado de más que el guionista se hubiera parado a leer los Evangelios. La superstar era, sin duda, la Magdalena de OT. El pobre Jesús vive una dramática crisis de fe y de identidad hasta el final. Y el sentido redentor que tiene su sacrificio no se pilla por ningún lado. De todas maneras, el teatro estaba lleno. Señal que el tema sigue interesando. Superstar o no, Jesús no deja indiferentes.
A mi vuelta, Hadasita me ha preguntado por qué no he querido llevarla. Le he explicado que no era de dibus, y le he ayudado a rezar el "Jesusito de mi vida, eres niño como yo; por eso te quiero tanto y te doy mi corazón". Cristología pura y dura. Y de la buena.
A mi vuelta, Hadasita me ha preguntado por qué no he querido llevarla. Le he explicado que no era de dibus, y le he ayudado a rezar el "Jesusito de mi vida, eres niño como yo; por eso te quiero tanto y te doy mi corazón". Cristología pura y dura. Y de la buena.
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viernes, 19 de septiembre de 2008
Hogar
No hay nada como el hogar.
Hoy no hemos ido al cole. Los viernes libramos. Es genial.
Tampoco hacemos nada especial: ponemos lavadoras, limpiamos la casa, leemos cuentos, vemos alguna peli, dormimos la siesta, pinto palotes con Hadasita y juego a la pelota con Carry. Pasamos el día descalzas y en pijama: ¡ni siquiera nos duchamos los viernes!. Son... algo muy parecido a un domingo. Estamos tranquilas y contentas, porque estamos en casa.
No hay nada como el hogar.
Para la noche, Carry tiene su caseta, Hadasita su cunita, y yo mi cuarto. Por mi ventana se cuela una rama de parra verde. Y en la pared he pintado una ovejita cubierta por un cielo de estrellas.
Hace mucho tiempo os recomendé la lectura de un libro, "El Padre del hijo pródigo", de Cabodevilla. Recuerdo que cuando lo leí, imaginé la escena mil veces. Imaginé a aquel joven que regresaba de una batalla perdida, herido y agotado. Y se encontraba con un banquete y una fiesta por todo lo alto. Imaginé al chaval, delante de su plato de ternero cebado, sin apenas probar bocado, con el estómago hecho un nudo, conteniendo cuanto apenas las lágrimas. Imaginé que las dejaría salir a borbotones al llegar a su cuarto. ¡Su cuarto! Una mirada detenida alrededor: todo seguía en su sitio, donde lo dejó. Como si jamás hubiese marchado de casa. Como si el Padre hubiese estado convencido desde el primer día de su regreso inminente. Sus sábanas favoritas, su ropa limpia en el armario, el libro que dejó a medio leer, la lámpara llenita de aceite... Seguro que fue en ese momento, justo en ese preciso momento -y no antes- cuando el hijo se sintió de nuevo en casa. Y cuando estuviese durmiendo a pierna suelta, ¿qué otra cosa podría haber pasado?: entra el Padre de puntillas, lo arropa, le besa la frente, y deja la puerta un pelín abierta... por si el niño se despierta, que la luz del pasillo que entre por esa rendija le haga recordar que ya no está solo. ¿No hacían lo mismo nuestras madres cuando éramos pequeños?
No hay nada como el hogar.
Casita buena.
El escritor sagrado (Ap.21,3) define el Cielo como la residencia común de Dios con los hombres. Lo que nos espera al final del camino es... una casa paterna. La ovejita que pinté en la pared me recuerda esta historia a diario. Lo bonito es que conozco el final, y es un final feliz: leer cuentos, dormir siesta, pintar palotes, jugar a la pelota, ver la luz del pasillo encendida desde la cama... ¡Ser familia de Dios! (Ef, 2,19). Quizá por eso los viernes me gusten tanto. Quizá por eso me recuerden tanto a un domingo...
Hoy no hemos ido al cole. Los viernes libramos. Es genial.
Tampoco hacemos nada especial: ponemos lavadoras, limpiamos la casa, leemos cuentos, vemos alguna peli, dormimos la siesta, pinto palotes con Hadasita y juego a la pelota con Carry. Pasamos el día descalzas y en pijama: ¡ni siquiera nos duchamos los viernes!. Son... algo muy parecido a un domingo. Estamos tranquilas y contentas, porque estamos en casa.
No hay nada como el hogar.
Para la noche, Carry tiene su caseta, Hadasita su cunita, y yo mi cuarto. Por mi ventana se cuela una rama de parra verde. Y en la pared he pintado una ovejita cubierta por un cielo de estrellas.
Hace mucho tiempo os recomendé la lectura de un libro, "El Padre del hijo pródigo", de Cabodevilla. Recuerdo que cuando lo leí, imaginé la escena mil veces. Imaginé a aquel joven que regresaba de una batalla perdida, herido y agotado. Y se encontraba con un banquete y una fiesta por todo lo alto. Imaginé al chaval, delante de su plato de ternero cebado, sin apenas probar bocado, con el estómago hecho un nudo, conteniendo cuanto apenas las lágrimas. Imaginé que las dejaría salir a borbotones al llegar a su cuarto. ¡Su cuarto! Una mirada detenida alrededor: todo seguía en su sitio, donde lo dejó. Como si jamás hubiese marchado de casa. Como si el Padre hubiese estado convencido desde el primer día de su regreso inminente. Sus sábanas favoritas, su ropa limpia en el armario, el libro que dejó a medio leer, la lámpara llenita de aceite... Seguro que fue en ese momento, justo en ese preciso momento -y no antes- cuando el hijo se sintió de nuevo en casa. Y cuando estuviese durmiendo a pierna suelta, ¿qué otra cosa podría haber pasado?: entra el Padre de puntillas, lo arropa, le besa la frente, y deja la puerta un pelín abierta... por si el niño se despierta, que la luz del pasillo que entre por esa rendija le haga recordar que ya no está solo. ¿No hacían lo mismo nuestras madres cuando éramos pequeños?
No hay nada como el hogar.
Casita buena.
El escritor sagrado (Ap.21,3) define el Cielo como la residencia común de Dios con los hombres. Lo que nos espera al final del camino es... una casa paterna. La ovejita que pinté en la pared me recuerda esta historia a diario. Lo bonito es que conozco el final, y es un final feliz: leer cuentos, dormir siesta, pintar palotes, jugar a la pelota, ver la luz del pasillo encendida desde la cama... ¡Ser familia de Dios! (Ef, 2,19). Quizá por eso los viernes me gusten tanto. Quizá por eso me recuerden tanto a un domingo...
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martes, 16 de septiembre de 2008
Zombies
Entre nuestra casa y el cole, cada mañana, Hadasita y yo tenemos que coger dos buses. El segundo de ellos cruza las grandes vías de Valencia, en esa hora neutra entre la noche y el día. Los dos sentidos de la circulación están separados por un paseo, donde hay árboles, algunas estatuas, y banquitos para la gente.
Ahí estábamos las dos, acurrucadas en un asiento, y cuando a mí se me iban cerrando los ojos la nena me suelta:
- ¡Mira, un muerto!
- ¿Dónde, Hadasita?
- Ahí, en el banco de atras. ¡Espera! ¡Ahí delante hay otro!
- No, cariño; no son muertos. Son personas durmiendo.
- ¿Durmiendo? Noooo, no es verdad. Están muertos. ¿No ves que están tapados con una sábana? Además, si estuvieran vivos, alguien les ayudaría ¿no?
No he sabido qué contestarle. He seguido mirando por la ventana del bus, y he visto otro más. Al lado, un grupo de niñas con uniforme, y un señor paseando su perro. Ninguno de ellos parecía ver que en el banco había una persona durmiendo. Realmente, actuaban como si no existiera. Como yo misma antes que mi niña me abriera los ojos camino del cole. Y pienso: cuando alguien no tiene casa, ni trabajo, ni seguridad social, ni familia, ni amigos, ni futuro ni nada que se le parezca, ¿no se parece bastante a un muerto? Más: cuando alguien pasa al lado de una persona así y sigue pendiente de su perro o hablando con las amigas del cole como si tal cosa, sin mostrar ninguna señal de vida, sentimientos, sangre por las venas, ¿se puede decir que están vivos de verdad? ¿No seremos nosotros -los que vivimos en casas con techo y dormimos en sábanas limpias y desayunamos café calentito con magdalenas o tostadas- algo parecido a un zombie?
Ahí estábamos las dos, acurrucadas en un asiento, y cuando a mí se me iban cerrando los ojos la nena me suelta:
- ¡Mira, un muerto!
- ¿Dónde, Hadasita?
- Ahí, en el banco de atras. ¡Espera! ¡Ahí delante hay otro!
- No, cariño; no son muertos. Son personas durmiendo.
- ¿Durmiendo? Noooo, no es verdad. Están muertos. ¿No ves que están tapados con una sábana? Además, si estuvieran vivos, alguien les ayudaría ¿no?
No he sabido qué contestarle. He seguido mirando por la ventana del bus, y he visto otro más. Al lado, un grupo de niñas con uniforme, y un señor paseando su perro. Ninguno de ellos parecía ver que en el banco había una persona durmiendo. Realmente, actuaban como si no existiera. Como yo misma antes que mi niña me abriera los ojos camino del cole. Y pienso: cuando alguien no tiene casa, ni trabajo, ni seguridad social, ni familia, ni amigos, ni futuro ni nada que se le parezca, ¿no se parece bastante a un muerto? Más: cuando alguien pasa al lado de una persona así y sigue pendiente de su perro o hablando con las amigas del cole como si tal cosa, sin mostrar ninguna señal de vida, sentimientos, sangre por las venas, ¿se puede decir que están vivos de verdad? ¿No seremos nosotros -los que vivimos en casas con techo y dormimos en sábanas limpias y desayunamos café calentito con magdalenas o tostadas- algo parecido a un zombie?
domingo, 14 de septiembre de 2008
Hadasita & Peter Pan
En 1953, Walt Disney llevó a la gran pantalla la obra de James Mattew, “Peter Pan”. Yo fui a verla con mis hermanas. Y después, los Reyes Magos me trajeron el libro, con unas ilustraciones realmente preciosas.
Todos conocemos la historia de aquel niño del País de Nunca Jamás que no quería crecer. Y seguramente, la mayoría de nosotros al ver la película soñó con vestir de verde, y salir volando por la ventana a vivir cosas tan mágicas que sólo tienen sentido en la vida de un niño.
Cuando el 27 de septiembre de 2007 decidí abrir este blog, me sentí más Peter Pan que nunca. Hadassah es mi nombre en hebreo. Hadasita, la niña que no quiero que muera en mí.
Pero después de tantas entradas, de tantas visitas y comentarios, de tantos días reales -cada uno con su propia lección vital-, mi Peter Pan marchó definitivamente. Como debía ser. Y ha quedado sola Hadasita, vestida de rosa y no de verde. Que no vuela, pero corre, y salta, y cae, y se levanta. La niña que vive conmigo sí quiere crecer, pero en dirección contraria. Crecer en sencillez, en inocencia, en confianza, en infancia. No es un estancamiento en el pasado. Es un camino duro de recorrer; y apasionante, como lo es la propia vida.
Así que digo adiós a mi Peter Pan para siempre -contenta y dispuesta a jugar la partida- dedicándole una última cancioncilla a modo de despedida...
Boomp3.com
Todos conocemos la historia de aquel niño del País de Nunca Jamás que no quería crecer. Y seguramente, la mayoría de nosotros al ver la película soñó con vestir de verde, y salir volando por la ventana a vivir cosas tan mágicas que sólo tienen sentido en la vida de un niño.
Cuando el 27 de septiembre de 2007 decidí abrir este blog, me sentí más Peter Pan que nunca. Hadassah es mi nombre en hebreo. Hadasita, la niña que no quiero que muera en mí.
Pero después de tantas entradas, de tantas visitas y comentarios, de tantos días reales -cada uno con su propia lección vital-, mi Peter Pan marchó definitivamente. Como debía ser. Y ha quedado sola Hadasita, vestida de rosa y no de verde. Que no vuela, pero corre, y salta, y cae, y se levanta. La niña que vive conmigo sí quiere crecer, pero en dirección contraria. Crecer en sencillez, en inocencia, en confianza, en infancia. No es un estancamiento en el pasado. Es un camino duro de recorrer; y apasionante, como lo es la propia vida.
Así que digo adiós a mi Peter Pan para siempre -contenta y dispuesta a jugar la partida- dedicándole una última cancioncilla a modo de despedida...
Boomp3.com
sábado, 13 de septiembre de 2008
Mil gracias
Esta tarde he estado en Valencia. Cuando he salido de casa, faltaban casi 60 visitas para las 19.000. Y me he marchado convencida de que hoy tendría que publicar esta entrada. Es asombroso que más de 50 personas, de cualquier ciudad, de cualquier edad, encuentren interesante lo que hacemos cada día Hadasita, Carry y yo. No sé qué granito de qué apotamos a vuestras vidas. Lo que sí sé es que vosotros ocupáis un lugar real en las nuestras... Las entradas las escribo con los ojitos de las peques pegados a la pantalla. Carry no dice nada, por supuesto; pero si pudiera seguro que sería como Hadasita, todo el rato preguntando: "¿qué pone? ¿y ahora qué pone? ¡léemelo!".
Gracias, de verdad. Sobre todo porque vuestra presencia al otro lado nos ayuda a mantenernos aquí. Y al revisar la jornada por escrito sale -siempre, inevitablemente, automáticamente- otra acción de gracias, justa y necesaria, en forma de oración. ¡Y eso sí es aportar un buen granito importante a nuestras vidas!
¡MIL GRACIAS!.
Gracias, de verdad. Sobre todo porque vuestra presencia al otro lado nos ayuda a mantenernos aquí. Y al revisar la jornada por escrito sale -siempre, inevitablemente, automáticamente- otra acción de gracias, justa y necesaria, en forma de oración. ¡Y eso sí es aportar un buen granito importante a nuestras vidas!
¡MIL GRACIAS!.
viernes, 12 de septiembre de 2008
Sueño a colores
No sé cómo soñaréis vosotros. Ni siquiera recuerdo cómo soñaba yo misma hace un tiempo. Para la mayoría dormir no es más que descansar. Para mí está empezando a convertirse en una forma baratísima de viajar.
Sueño a colores. Sueño con cielos azules y rojos. Sueño con tierras ocres y verdes intensos. Sueño con estrellas brillantes, pieles morenas, ojos negros, caballos marrones galopando en la orilla de un océano bravo y espumosos. Sueño con mangos naranjas, pitallas de un morado escandaloso, rojos zapotes, piñas amarillas, blancos cocos, tartas azules, y el olor del café y el cacao.
Sueño con el paraíso de Masatepe, las playas de Pochomil, el amanecer en El Salto, los mercados de Masaya, las risas de los niños en el Crucero, los campos de frijoles de El Uval. Y cuando abro los ojos, la vida sigue teniendo color. Mi sangre es tan roja como la que corre por las venas de aquella gente. Y el cielo que nos cubre -y desde el que Dios mira a sus hijos complacido- es el mismo manto visto desde esquinas diferentes.
Sueño a colores. Sueño con cielos azules y rojos. Sueño con tierras ocres y verdes intensos. Sueño con estrellas brillantes, pieles morenas, ojos negros, caballos marrones galopando en la orilla de un océano bravo y espumosos. Sueño con mangos naranjas, pitallas de un morado escandaloso, rojos zapotes, piñas amarillas, blancos cocos, tartas azules, y el olor del café y el cacao.
Sueño con el paraíso de Masatepe, las playas de Pochomil, el amanecer en El Salto, los mercados de Masaya, las risas de los niños en el Crucero, los campos de frijoles de El Uval. Y cuando abro los ojos, la vida sigue teniendo color. Mi sangre es tan roja como la que corre por las venas de aquella gente. Y el cielo que nos cubre -y desde el que Dios mira a sus hijos complacido- es el mismo manto visto desde esquinas diferentes.
jueves, 11 de septiembre de 2008
Ánimos mínimos
Hadasita anda un poco triste estos días. Cuando le pregunto, dice que no quiere ir al cole. Pienso que es normal: ¡a ningún niño sano le gusta ir al cole!. Pero hoy ya me ha preocupado. Es la tercera noche que la oigo llorar. Me he acercado a su cuna y tenía el osito lleno de mocos y lagrimones. Me he recostado junto a su nuca y le he preguntado al oído: "¿qué te pasa, mi reina?". Se ha dado la vuelta y me ha mirado, con los ojitos rojos, y tras un suspiro en plan "a estos mayores hay que repetirles las cosas mil veces para que se enteren" me ha vuelto a decir: "No quiero ir al cole".
A Carry le he notado algo parecido. Desde que me confirmaron que los perros tienen sentimientos, ando estudiándola atentamente. El primer día que salimos Hadasita y yo a coger el bus de la escuela, no dijo nada. Pero a nuestro regreso a casa ví que se había dedicado a hacer excavaciones arqueológicas por todo el jardín, se había comido el gel de la ducha de la piscina, y nos esperaba arrimada a la puerta de la casa, con su naricita asomando por la rendija de abajo. Ayer, cuando llegamos, estaba tumbada en el garaje, sin moverse, con la mirada triste, como un perro abandonado. En el jardín no había ni rastro de actividad. Al menos sí se comió su pienso.
Son casi las 4 de la mañana, y la falta de ánimos que veo en mis peques me tiene totalmente desvelada. No sé bien qué hacer. Es como si la fiesta se empeñase en acabarse en nuestro hogar. Hace 3 días cayó una lluvia de barro, a la que le ha tomado el relevo un calor bochornoso. Quizás esto esté influyendo. O a lo mejor la culpa es mía... Me explico. Un amigo llevó a sus dos peques gemelitos al cole el lunes por primera vez. Y contaba que el niño se puso a llorar; cuando la maestra le preguntó qué le pasaba, contestó que quería ir al aula de al lado, a ver si su hermanita estaba llorando. La profe lo llevó, y en cuanto vió que la niña estaba bien, se calmó y pudo volver y jugar con sus compañeros con total normalidad. A veces me pregunto si Carry no estará más triste por ver triste a Hadasita que por quedarse sola medio día. A veces me pregunto si Hadasita no estará más triste porque me ve suspirando por tierras lejanas, que por tener que ir al colegio. A veces me pregunto si cuando agarramos las maletas en junio, no hicimos un traslado insuficiente, demasiado corto.
Y aquí me tenéis, 4´10 de la mañana, haciendo una lista de normas de convivencia que nos ayuden a levantar el ánimo en este septiembre que empieza a resultar tediosamente típico:
1- Queda prohibido hacer deberes. El cole se acaba cuando suena el timbre.
2- Todos los miembros de esta familia están obligados a un paseo vespertino, disfrutando de la puesta de sol.
3- Añadiremos a nuestra dieta galletas, chocolate, helados y huesos limpiadientes (cada una lo que más le guste).
4- Queda decretada la obligación de acabar el día sucias. Una buena dosis de juego en el césped, con tierra, agua, pelotas, peluches, piscina y pinocha puede ser suficiente para este fin.
5- Se prohibe estar triste sin buscar el achuchón (o lametón) de las demás.
6- Se permite gritar, cantar, ladrar y hacer ruido, aunque moleste a los vecinos.
7- Se prescribe besuquear, abrazar, estrujar, mordisquear al resto sin medida.
8- Se prohibe el trabajo individual, quedando sustituído por el trabajo en equipo.
9- Llorar sólo estará permitido en compañía, al menos en la compañía indispensable que se da en la oración.
10- Se permite soñar, dormidas o despiertas, calladas o en voz alta, dentro y fuera del cole, en el recreo y durante las clases, de día y de noche, en blanco y negro o en verde nica. Porque los sueños tienen mucho que ver con la esperanza. Y la esperanza es la principal encargada de que la fiesta, en nuestro hogar, no se acabe por una insignificante vuelta al cole.
¡Fuera los mínimos! ¡Arriba los ánimos!
Me vuelvo a la camita...
A Carry le he notado algo parecido. Desde que me confirmaron que los perros tienen sentimientos, ando estudiándola atentamente. El primer día que salimos Hadasita y yo a coger el bus de la escuela, no dijo nada. Pero a nuestro regreso a casa ví que se había dedicado a hacer excavaciones arqueológicas por todo el jardín, se había comido el gel de la ducha de la piscina, y nos esperaba arrimada a la puerta de la casa, con su naricita asomando por la rendija de abajo. Ayer, cuando llegamos, estaba tumbada en el garaje, sin moverse, con la mirada triste, como un perro abandonado. En el jardín no había ni rastro de actividad. Al menos sí se comió su pienso.
Son casi las 4 de la mañana, y la falta de ánimos que veo en mis peques me tiene totalmente desvelada. No sé bien qué hacer. Es como si la fiesta se empeñase en acabarse en nuestro hogar. Hace 3 días cayó una lluvia de barro, a la que le ha tomado el relevo un calor bochornoso. Quizás esto esté influyendo. O a lo mejor la culpa es mía... Me explico. Un amigo llevó a sus dos peques gemelitos al cole el lunes por primera vez. Y contaba que el niño se puso a llorar; cuando la maestra le preguntó qué le pasaba, contestó que quería ir al aula de al lado, a ver si su hermanita estaba llorando. La profe lo llevó, y en cuanto vió que la niña estaba bien, se calmó y pudo volver y jugar con sus compañeros con total normalidad. A veces me pregunto si Carry no estará más triste por ver triste a Hadasita que por quedarse sola medio día. A veces me pregunto si Hadasita no estará más triste porque me ve suspirando por tierras lejanas, que por tener que ir al colegio. A veces me pregunto si cuando agarramos las maletas en junio, no hicimos un traslado insuficiente, demasiado corto.
Y aquí me tenéis, 4´10 de la mañana, haciendo una lista de normas de convivencia que nos ayuden a levantar el ánimo en este septiembre que empieza a resultar tediosamente típico:
1- Queda prohibido hacer deberes. El cole se acaba cuando suena el timbre.
2- Todos los miembros de esta familia están obligados a un paseo vespertino, disfrutando de la puesta de sol.
3- Añadiremos a nuestra dieta galletas, chocolate, helados y huesos limpiadientes (cada una lo que más le guste).
4- Queda decretada la obligación de acabar el día sucias. Una buena dosis de juego en el césped, con tierra, agua, pelotas, peluches, piscina y pinocha puede ser suficiente para este fin.
5- Se prohibe estar triste sin buscar el achuchón (o lametón) de las demás.
6- Se permite gritar, cantar, ladrar y hacer ruido, aunque moleste a los vecinos.
7- Se prescribe besuquear, abrazar, estrujar, mordisquear al resto sin medida.
8- Se prohibe el trabajo individual, quedando sustituído por el trabajo en equipo.
9- Llorar sólo estará permitido en compañía, al menos en la compañía indispensable que se da en la oración.
10- Se permite soñar, dormidas o despiertas, calladas o en voz alta, dentro y fuera del cole, en el recreo y durante las clases, de día y de noche, en blanco y negro o en verde nica. Porque los sueños tienen mucho que ver con la esperanza. Y la esperanza es la principal encargada de que la fiesta, en nuestro hogar, no se acabe por una insignificante vuelta al cole.
¡Fuera los mínimos! ¡Arriba los ánimos!
Me vuelvo a la camita...
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lunes, 8 de septiembre de 2008
Con amabilidad y profesionalidad
La vuelta al trabajo ha traído, como consecuencia primera, pasar gran parte de mi día en la ciudad. Cambiar el césped por el asfalto, los pajaritos por personas corriendo con cara de agobio ya a las 7 de la mañana, y los verdes pinos por autobuses amarillos y rojos. En uno de estos últimos he visto hoy un cartel publicitario no sé de qué, la verdad (tampoco me he fijado: seguramente era de algo que -gracias a Dios- no necesito en absoluto y que jamás compraré). Lo que sí me ha llamado la atención es cómo anunciaban el servicio: "Con amabilidad y profesionalidad". Me ha hecho gracia, porque lo ponía como si fuera algo exclusivo de ellos. Cuando, en realidad, se supone que todos realizamos nuestro trabajo con esas dos características (y quien no lo haga así, que se revise).
Inevitablemente, por ser 8 de septiembre, me ha venido a la cabeza María. Y he imaginado cómo sería su trabajo en el hogar de Nazaret. Y he retrocedido todavía más: al de Ana o al de Joaquín. Y el de José el artesano, cuando todavía ni se imaginaba hasta qué punto iba a cambiar su vida. Y el de Dios y sus designios. Y me he preguntado si Él también trabaja con amabilidad y profesionalidad sus obras.
El único texto que tenemos sobre la natividad de María es un apócrifo: el protoevangelio de Santiago. Ninguno de nosotros sabremos hasta el final qué hay de historia y qué de ficción en el relato; aunque algo sí podemos intuir. De cualquier forma, no ha dejado de parecerme tierno el trato del Buen Dios hacia los padres de nuestra Señora... "El Señor ha escuchado y atendido tu súplica" le dice a Ana. Y les nació María, llorando como hacen todos los bebés; que aprendió a andar, a cantar, a jugar, a orar como hacen todos los niños. Mujer de nuestro pueblo, de nuestra masa, corazón de carne, mirada limpia, manos trabajadoras. Ahí está la obra de Dios, que ni se impone ni hace chapuzas, que sabe trabajar en equipo, que sabe esperar el momento oportuno: amabilidad y profesionalidad al 100%.
"Y se hablará de tu progenitura en toda la tierra"...
Inevitablemente, por ser 8 de septiembre, me ha venido a la cabeza María. Y he imaginado cómo sería su trabajo en el hogar de Nazaret. Y he retrocedido todavía más: al de Ana o al de Joaquín. Y el de José el artesano, cuando todavía ni se imaginaba hasta qué punto iba a cambiar su vida. Y el de Dios y sus designios. Y me he preguntado si Él también trabaja con amabilidad y profesionalidad sus obras.
El único texto que tenemos sobre la natividad de María es un apócrifo: el protoevangelio de Santiago. Ninguno de nosotros sabremos hasta el final qué hay de historia y qué de ficción en el relato; aunque algo sí podemos intuir. De cualquier forma, no ha dejado de parecerme tierno el trato del Buen Dios hacia los padres de nuestra Señora... "El Señor ha escuchado y atendido tu súplica" le dice a Ana. Y les nació María, llorando como hacen todos los bebés; que aprendió a andar, a cantar, a jugar, a orar como hacen todos los niños. Mujer de nuestro pueblo, de nuestra masa, corazón de carne, mirada limpia, manos trabajadoras. Ahí está la obra de Dios, que ni se impone ni hace chapuzas, que sabe trabajar en equipo, que sabe esperar el momento oportuno: amabilidad y profesionalidad al 100%.
"Y se hablará de tu progenitura en toda la tierra"...
viernes, 5 de septiembre de 2008
Espacios
Cuando era niña y llegaban estas fechas me pasaba exáctamente lo mismo que le está ocurriendo a Hadasita: me volvía loca con los libros nuevos, los rotus, las libretas, el estuche, la mochila y el babi limpitos... Parece que las cosas nuevas tienen un no-sé-qué mágico que nos atrae: debe ser la posibilidad de estrenar algo que pueda acabar por valer realmente la pena.
El caso es que yo le estoy forrando los libros estos días. Ella es demasiado pequeñita todavía para hacerlo sola. Y también le estoy poniendo el nombre en los cuadernos. Y al abrir uno de ellos me ha dado por pensar en los espacios. Es algo muy importante, no penséis que me he vuelto loca. Y lo voy a explicar.
No se puede empezar a escribir en una libreta arriba del todo. Hay que dejar un espacio. Tampoco se puede apurar al ladito del gusanillo, ni hasta el final de la página (ni por los lados ni por abajo). Hay que dejar un huequito que separe bien un tema de otro (incluso conviene cambiar de color al poner el título, o subrayarlo tal vez). Dejar otro espacio después de un punto y aparte. Un espacio separa un problema de otro, un párrafo de otro, una palabra de otra...
Los espacios son, pues, muy importantes. Sin ellos, el orden es avasallado por el agobio. Y esto ocurre en los cuadernos y en la vida cotidiana. Cada día es como un folio en blanco. Si lo empezáramos sin espacio, a saco, ¿qué nos ocurriría?: que llegamos al cole despeinadas, sin duchar, con la cama por hacer, y la sensación de que el tiempo se nos ha comido y que la vida no es más que la sucesión de acciones. ¿Qué sería de nosotras sin el recreo? ¿Qué pasaría si al salir de clase no parásemos a contarnos qué ha pasado hoy en clase, qué hemos aprendido, y no nos merendásemos un bocata de nocilla paseando a Carry? ¿Deberes y a dormir? ¿Dónde queda el espacio para leer cuentos, para columpiarnos en el balancín, para mirar las estrellas, para dar gracias a Dios? ¿Dónde el tiempo para descansar, para sentir, para recapacitar, para corregirse, para pensar, para respirar, para amar y ser amadas?
Es cierto que lo que Hadasita escriba en sus cuadernos nuevos será muy importante. Los palotes son fundamentales, y el abecedario, y los dibujos a plastidecor. Pero aunque todavía no ha empezado las clases, no puedo evitar imaginármela ya apoyada en mi hombro, enseñándome todo lo que ha hecho durante el día... y durmiéndose entre mis brazos en el espacio importantísimo que dura una canción de cuna.
El caso es que yo le estoy forrando los libros estos días. Ella es demasiado pequeñita todavía para hacerlo sola. Y también le estoy poniendo el nombre en los cuadernos. Y al abrir uno de ellos me ha dado por pensar en los espacios. Es algo muy importante, no penséis que me he vuelto loca. Y lo voy a explicar.
No se puede empezar a escribir en una libreta arriba del todo. Hay que dejar un espacio. Tampoco se puede apurar al ladito del gusanillo, ni hasta el final de la página (ni por los lados ni por abajo). Hay que dejar un huequito que separe bien un tema de otro (incluso conviene cambiar de color al poner el título, o subrayarlo tal vez). Dejar otro espacio después de un punto y aparte. Un espacio separa un problema de otro, un párrafo de otro, una palabra de otra...
Los espacios son, pues, muy importantes. Sin ellos, el orden es avasallado por el agobio. Y esto ocurre en los cuadernos y en la vida cotidiana. Cada día es como un folio en blanco. Si lo empezáramos sin espacio, a saco, ¿qué nos ocurriría?: que llegamos al cole despeinadas, sin duchar, con la cama por hacer, y la sensación de que el tiempo se nos ha comido y que la vida no es más que la sucesión de acciones. ¿Qué sería de nosotras sin el recreo? ¿Qué pasaría si al salir de clase no parásemos a contarnos qué ha pasado hoy en clase, qué hemos aprendido, y no nos merendásemos un bocata de nocilla paseando a Carry? ¿Deberes y a dormir? ¿Dónde queda el espacio para leer cuentos, para columpiarnos en el balancín, para mirar las estrellas, para dar gracias a Dios? ¿Dónde el tiempo para descansar, para sentir, para recapacitar, para corregirse, para pensar, para respirar, para amar y ser amadas?
Es cierto que lo que Hadasita escriba en sus cuadernos nuevos será muy importante. Los palotes son fundamentales, y el abecedario, y los dibujos a plastidecor. Pero aunque todavía no ha empezado las clases, no puedo evitar imaginármela ya apoyada en mi hombro, enseñándome todo lo que ha hecho durante el día... y durmiéndose entre mis brazos en el espacio importantísimo que dura una canción de cuna.
jueves, 4 de septiembre de 2008
Presto
Sin hacer comentarios. Os dejo con el último corto de Disney Pixar, porque sí: porque es bueno pasar un buen rato, darse 5 minutos sin más para disfrutar. ¿O no?.
via videosift.com
via videosift.com
miércoles, 3 de septiembre de 2008
El mapa del tesoro
Mi pequeña Hadasita estaba jugando en el comedor, con la tele puesta, mientras yo fregaba en la cocina. De repente ha entrado corriendo, contándome no-sé-qué de un anuncio de la vuelta al cole e Indiana Jones y la aventura de aprender. No sé muy bien de qué me hablaba, porque ya conocéis mi desprecio hacia la caja tonta y el nulo caso que le hago. Pero sí me ha llamado la atención los ojitos de mi peque, cuando me comparaba el nuevo curso con una peli de aventuras.
La "X" marca el lugar. Sacamos el mapa y nos ponemos en su búsqueda. Porque ¿habrá un tesoro escondido, verdad?. Es lo justo. Uno no empieza a caminar si no hay una "X" como meta al final de la historia. Y ahí lo tenemos: hemisferio derecho y hemisferio izquierdo. Un montón de nervios y neuronas. La hipófisis y las hormonas. El cerebelo coordinando nuestros movimientos...
Nos perdemos en medio de una "isla" tan grande y compleja. ¿De verdad se enconderá ahí la "X"? ¿Cuál es el tesoro que realmente andamos buscando? Mi Hadasita, que es muy lista, me pregunta: "¿En qué parte del cerebro está la tristeza? ¿Dónde la alegría? ¿Y la libertad? ¿Qué color tiene la capacidad de amar? ¿En qué hemisferio se encuentra la felicidad? ¿Existe una neurona capaz de llenar la vida de sentido? ¿En qué lugar de la persona escondió Dios la "X" cuando la creó?..."
Me quedo alucinada. ¿Habrá aprendido mi peque a hacer estas preguntas en el cole? ¿Le aprobarán el nuevo curso si consigue dar con la respuesta a alguna de ellas?
- A lo mejor nos hemos equivocado de mapa...
- A lo mejor, Hadasita. No lo sé.
- A lo mejor es el mapa mismo lo que tenemos que buscar primero.
- A lo mejor, cariño. Es más que probable.
- Yo creo que lo que pasa es que nos hemos equivocado buscando el alma en el cerebro.
- Puede. Pero... ¿tú sabes dónde está el alma, mi niña?
- ¡Pues claro! ¿Quieres verla?
- ¡Por supuesto!
- Cierra los ojitos. ¿No ves? En el corazón de Dios hay una "X" que marca el tesoro. ¡Ahí está tu alma!
La "X" marca el lugar. Sacamos el mapa y nos ponemos en su búsqueda. Porque ¿habrá un tesoro escondido, verdad?. Es lo justo. Uno no empieza a caminar si no hay una "X" como meta al final de la historia. Y ahí lo tenemos: hemisferio derecho y hemisferio izquierdo. Un montón de nervios y neuronas. La hipófisis y las hormonas. El cerebelo coordinando nuestros movimientos...
Nos perdemos en medio de una "isla" tan grande y compleja. ¿De verdad se enconderá ahí la "X"? ¿Cuál es el tesoro que realmente andamos buscando? Mi Hadasita, que es muy lista, me pregunta: "¿En qué parte del cerebro está la tristeza? ¿Dónde la alegría? ¿Y la libertad? ¿Qué color tiene la capacidad de amar? ¿En qué hemisferio se encuentra la felicidad? ¿Existe una neurona capaz de llenar la vida de sentido? ¿En qué lugar de la persona escondió Dios la "X" cuando la creó?..."
Me quedo alucinada. ¿Habrá aprendido mi peque a hacer estas preguntas en el cole? ¿Le aprobarán el nuevo curso si consigue dar con la respuesta a alguna de ellas?
- A lo mejor nos hemos equivocado de mapa...
- A lo mejor, Hadasita. No lo sé.
- A lo mejor es el mapa mismo lo que tenemos que buscar primero.
- A lo mejor, cariño. Es más que probable.
- Yo creo que lo que pasa es que nos hemos equivocado buscando el alma en el cerebro.
- Puede. Pero... ¿tú sabes dónde está el alma, mi niña?
- ¡Pues claro! ¿Quieres verla?
- ¡Por supuesto!
- Cierra los ojitos. ¿No ves? En el corazón de Dios hay una "X" que marca el tesoro. ¡Ahí está tu alma!
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