domingo, 29 de mayo de 2016

Necesidad de ser curados

Dice el Evangelio de hoy (Lc 9, 11b) que Jesús "curaba a los que tenían necesidad de ser curados". Deduzco fácilmente que había otros, pues, que no necesitaban ser curados. Y que no necesariamente no lo necesitaran porque estuvieran sanos. Esto me ha dado mucho que pensar...

¿Habrá "enfermedades" que Dios quiera en nuestra vida? De ser así, el motivo no puede ser otro que un mayor bien que el de la propia curación, ¿cierto?. Pero vaya, eso no es nada fácil de aceptar. Al menos en principio.

Imagino que hay varios tipos de enfermedades, y que no todas traen como desenlace la muerte (otro día a ver si escribo sobre es asombro que me produce el miedo que la gente le tiene a la bendita Hermana Muerte, porque no consigo entenderlo como un mal). 

Hay enfermedades físicas: la lista de enfermos de cáncer por la que rezo cada día se lleva la palma, parece ser la que se impone imperiosamente a las demás. Pero la cantidad de dolencias físicas es tan larga que ni los médicos se acaban de aclarar, y a muchas de ellas las declaran "enfermedades raras", que no saben ni por dónde cogerlas. Si pasáis una noche en urgencias, en la sala de espera veréis una muestra muy variada: personas con mascarillas, goteros, tiritonas, contusiones, roturas, vómitos, mareos... Las causas, los médicos las sabrán; o no. Puede que Dios piense que no necesita curarnos de ellas, porque para eso inventó a los especialistas. O porque va a resultar que el dolor sí tiene un valor redentor, aunque nadie se atreva a hablar de ello...

También hay enfermedades mentales. Esas parecen ser más vergonzantes. Pero el hecho es que tanto la ansiedad como la depresión son el pan nuestro de cada día. He leído en algún sitio que el Prozac es el medicamento más utilizado en el mundo después de la Aspirina. Por algo será. Sin quitarles ni un pelín de importancia, y teniendo muy en cuenta que muchas de ellas son endógenas e incluso hereditarias, no puedo evitar preguntarme: ¿cuántas veces la culpa de un mal psicológico no está en la actitud del propio paciente?. La ansiedad, por ejemplo: ¿no hay casos en los que la cura consiste sencillamente en aprender a decir "hasta aquí" o "no"?. Pero eso supone un enfrentamiento, o con quien trata de explotarnos, o contra nosotros mismos y nuestra escala de valores; y los enfrentamientos no son agradables. ¿Necesita una persona así que Dios la cure, o ponerse las pilas y tomar el toro por los cuernos?. Buena pregunta, ¿verdad?. Especialistas para ayudar a discernirlo también los hay, y gracias a Dios algunos muy buenos.

Existen otras enfermedades... esas me preocupan bastante más. Son las espirituales. Me preocupan porque son tan gordas que a veces incluso causan además enfermedades físicas y psicológicas. No en vano el alma es la que alienta al cuerpo. Un cuerpo sin alma es un cuerpo muerto. Hasta ese punto hay dependencia. ¿Qué pasa entonces cuando es el alma la que está enferma?. Si existiese una especie de sala de espera para personas con enfermedades espirituales, ¿qué síntomas podríamos encontrar?. Tal vez tristeza, o falta de esperanza, o cansancio y agobio, o miedo y vergüenza, odio, rencor, egoísmo, falta de dominio propio, de paz... No me cabe la menos duda de que Dios quiere curarnos de estas enfermedades, pues precisamente para ello murió en una Cruz. Pero aceptar su curación supone dejarse en sus manos, confiar en Él, escuchar sus Palabras y dejarle que tome el control. Y ahí está la gran enfermedad del hombre moderno: ¡que no queremos dejar a Dios ser Dios!; ¡que en el fondo no nos creemos que Él sabe más!; ¡que no nos da la gana aceptar que su Voluntad sea lo mejor para nosotros, y nos empeñamos en querer entender y entender y entender!... Y ya nos lo advierten los santos, que no está el asunto en entender sino en amar -sin más, y "por ser Vos quien sois"- su Santísima Voluntad. 


Así que Dios de mi alma: si crees que no tengo necesidad de ser curada, no me cures. No te pido la salud: ni la de mi cuerpo, ni la de mi mente, ni siquiera la de mi alma si mis pecados con tu perdón me van a acercar más a Ti. Sólo te pido que no me dejes sola nunca. Y que al final de mis días pueda cantar la mejor de las canciones; en heavy, pop, rock, indie... ¡me da igual!: pero cantar, sí, cantar a pleno pulmón y de todo corazón tu gran Misericordia.

1 comentario:

Angel dijo...

RESTA CON ME
QUÉDATE SEÑOR CONMIGO...
o como digo yo en la Comunión:
Señor, acuérdate de mi...
Me faltaría decirle,
con mucho sentimiento:
Te amo, Señor...

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