domingo, 3 de agosto de 2008

En El Crucero...

... hay una casa que las siervas del Divino Rostro, con Madre Teresita "la tordoterreno" a la cabeza, han convertido en horfanato. Os habréis dado cuenta que casi todas las fotos que os cuelgo son de niños. Motivos hay al menos dos:
1- A los niños les gusta que les hagan fotos.
2- Me parece de una insensibilidad y mal gusto morboso espantoso entrar en la casa de un adulto o de un enfermo a echar fotos.
De todas maneras, no quiero que os engañéis: las vidas de los nanos del Crucero no son menos dolorosas que las de sus mayores. Muchos de esos niños han sido abandonados, o están allí recogidos por situación de "riesgo" (o sea, malos tratos o violación). Y podría hablaros de casos con nombres propios que os quitarían el sueño más de una noche. Pero no creo que sea bueno airear lo malo. Me parece bastante más constructivo este pequeño vídeo donde veréis a Álvaro, Luis y Rafa jugando en el horfanato. Y apunto: a veces jugar (como dar de comer al hambriendo, o enseñar al que no sabe, o soportar con paciencia las flaquezas del prójimo) es una obra de caridad de primer grado. ¿Y a que no parece tan difícil?

2 comentarios:

Álvaro dijo...

Niños y más niños..., y luego, más niños. Quizá sea eso lo necesario (y más emotivo) para que los que hemos gozado ya de Nicaragua podamos transmitir todo lo que hemos sentido, con la mayor fidelidad posible, a quienes aún no conocen nada de aquella pobre, y a la vez, rica gente. La verdad, es que conforme pasan los días y dejas que todo aquel torrente de emociones, sentimientos y experiencias vividas hagan poso en ti; si permites que la férrea coraza con la que nos vestimos habitualmente en nuestro primer mundo se desvanezca como la nada; y si consientes en empatizar sincera y sencillamente con aquellas personas que, aun no teniendo nada, te lo entregan todo, entonces habrás aprendido la verdadera lección que supone Nicaragua; y no viajar veinte días a un país tremenda e injustamente pobre para limpiar nuestras conciencias con una lejía de la solidaridad caducada, y volvernos sin haber hecho ni aprendido nada. Cómo olvidar los abrazos, las sonrisas, las risas (también las lágrimas), las frases cargadas de sentido -sentencias extremadamente duras que no te esperas de gente tan humilde y aislada del mundo-, las caricias, los besos, los juegos, y unos más que tres puntos suspensivos de todos los niños y adultos. Este año ha sido diferente para mí; creo que es algo normal. El primer año estás como cegado, todo te sorprende y tal vez no sabes cómo reaccionar ante determinadas circunstancias ajenas a tu vida en España, pero este segundo año ha sido más calmado en ese aspecto: he ido interiorizando todo lo vivido, lo he rumiado, me he parado ratos a pensar y sólo a pensar (a pensar no en cómo solucionar los graves problemas del país, sino en todas las personas que me han brindado amplia y generosamente su amor sin pedirme nada a cambio y sin conocerme de nada..., a pensar en ellos, en mi ahijada -a la que por fin pude visitar después de dos años-)... En fin, me apena un poco no poder transmitir con palabras todo lo que he vivido y sentido (supongo que me pasa como a todos los que hemos ido), pero se trata de un viaje hacia el interior que compete a cada uno; de una ruta que, aunque se vaya acompañado, hay que caminarla uno solo. Bueno, podría escribir mil cosas más pero me dejaría otras mil. Sólo me queda dar las gracias a todos mis compañeros de viaje por haber soportado mi amplio repertorio musical, y deciros que ha sido un placer conocernos y que nos vemos muy pronto en el chalet de Ester. Al resto de gente que no conozco y que entra aquí, sólo os puedo animar a que si tenéis la oportunidad (que, seguro, así será) de conocer otra realidad y salir de la burbuja de aislamiento en la que nosotros mismos decidimos anclarnos, y de dejaros cautivar por todas aquellas personas que os regalarán sonrisas y más sonrisas, y os abrirán su corazón como muy pocos os lo hayan hecho aquí en España, no os lo penséis y lanzaos a la piscina de cabeza porque no hay peligro de que esté seca. Ya sé que éste parece el típico y tópico rollito usado y manoseado de "vente de ONG, ayuda a los demás y te ayudarás a ti mismo"; pero lo único cierto es que una vez que vas, quieres repetir. ¡¡Un abrazo muy grande, hadasita.

Hadasita dijo...

Álvaro, mi niño bueno: una de las mejores cosas de Nicaragua, sin duda, ha sido poder conocerte. Entiendo perfectamente todo lo que cuentas, y sé -por experiencia- lo complicado que es expresar todo aquello y que la gente de acá pueda hacerse una idea siquiera aproximada. Es como querer explicar el amor a quien nunca lo ha sentido, o el verde a un ciego, o el miedo a Juan Sinmiedo. Volcar lo que traemos en el corazón en palabras... ese es tu trabajo, filólogo, (¡todo un reto, poeta!). Pero hay esperanza, ¿verdad?. Hay canciones que nos hacen llorar. Hay entradas de blog que también. Y lo mejor... ¿sabes?: tú y yo traemos la cara brillante, y eso habla por sí solo. Y el lazo que hemos hecho allá no habrá quien lo deshaga.

Nos vemos, mi niño. El viernes aquí. Y el verano que viene ¡¡¡EN NICARAGUA!!! (se equivoca nuestro Sabina: al lugar donde has sido feliz hay que volver).

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