Fue justo el día después. Y llovía todavía más. Es la Gracia: siempre llueve en los momentos importantes de mi vida.
No se si os ha pasado alguna vez, que se siente dentro un "hasta aquí", porque ya no puedes más... Yo no sabía qué buscaba, pero me eché a la calle y empecé a andar. Iba llorando, pero no se notaba porque se mezclaban mis lágrimas con el agua que caía del cielo. Y fui donde se va para empezar de cero, donde se reparan las fuerzas, donde la vida recobra su sentido, donde se curan las heridas y se caldea el corazón.
Entré en la Catedral: ni un solo sacerdote. Me pasé a la Basílica de la Virgen: nadie, ni siquiera en la sacristía. San Lorenzo, Santo Tomás... nada de nada. Parecía que los curas andaban jugando al escondite.
Y acabé donde jamás hubiese pensado, que es donde suele esperarnos Dios. Se llama D.Enrique R., y no dejaré de agradecer y de rezar por él jamás. Fue mi director espiritual durante 6 meses desde aquel día (detrás vinieron otros, cada cual mejor). Para mí que me lo regaló Juan Pablo II. Porque hoy hace 3 años. Y las casualidades no existen. Todo es providencia.
Regresé empapada. Pero con una alegría interior que todavía no he olvidado. Podría dividir mi vida en un antes y un después de aquel 3 de abril. Y aunque el mundo ha seguido girando, y a veces me ha mareado tanta vuelta, jamás he dejado de sentirme cuidada desde entonces.
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