viernes, 25 de febrero de 2011

Has perdido el amor primero

Recuerdo cuando eras joven de corazón.
Cuando el amor te hacía correr. Y volar.
Cuando toda distancia era corta si la meta era el encuentro.
Cuando tus gestos decían más que tus palabras,
que también decían mucho.
Cuando la primavera duraba 365 días.
Pero has perdido el amor primero (Ap 2,4).

Te recuerdo cantando. Te recuerdo sonriendo.
Tus cantos eran a mis oídos más bonitos que los del jilguero.
Tu sonrisa, tan cálida como el sol después de comer.
Recuerdo cuando saltabas de la cama.
Y cuando dormías de un tirón y a la primera.
Recuerdo los golpes de tu corazón en tu pecho
ante la belleza, y la bondad…
ante la aventura de un ideal que no moriría contigo.
Pero has perdido el amor primero.

¿¡Cómo olvidar cuando al fin me dijiste “te quiero”!?
No recuerdo un momento que me conmueva más.
Y desde entonces, no pasó un día sin que me buscaras.
Y todas tus cosas eran mías; y todas las mías tuyas.
Y tu vida se fue haciendo más ancha, para acoger a todos;
y más alta, para poder verlo todo;
y más larga, hasta el infinito, hasta Mí…
Pero has perdido el amor primero.

El amor nos hacía uno.
Y no había soledad que no quisieras aliviar,
ni lágrima que no intentaras enjugar,
ni sed que no procuraras calmar.
Conmigo. Por Mí. En mi Nombre.
Y tu sufrimiento era corredentor.
Y tu trabajo, ofrenda grata.
Y tu historia, historia de salvación.
Así lo vivías, porque así era. Todo tenía sentido.
Pero has perdido el amor primero.

Ya no te quema la sangre en las venas.
Ya no lloran tus ojos de pasión.
El cansancio ha reemplazado a la alegría.
El entusiasmo de ayer, hoy es apatía.
Y ya no amas: aceptas o soportas, depende de a quién.
Y ya no vives: te aceptas o soportas, depende de cuándo.
Y ya no me hablas. Ni me escuchas. Ni te importa.
Junto al brocal del pozo sólo hay silencio.
Ni tienes sed ni la quitas.
Se te ha quedado seco el corazón…

martes, 22 de febrero de 2011

Choco

Jesús, como todo buen pastor, tuvo un perrito. ¿Quién puede negarlo?. Se llamaba Choco, porque era del color del chocolate. No tenía pedigrí ni raza, esas cosas no existían todavía. Llegó desde alguna parte del desierto de Judea, sucio, esquelético, agotado. Y se encontró con el Señor a las puertas de Betania. Jesús iba mucho por allí, y se hospedaba en casa de tres hermanos que se llamaban Lázaro, Marta y María. Dicen que María había vivido un poco perdida durante un tiempo, y que Jesús la sacó de todo aquello; y desde entonces la amistad con su familia no hizo más que crecer.

Todo empezó cuando Choco, que estaba descansado bajo una palmera, con la lengua colgando hasta el suelo, de repente escuchó mucho ruido, y se despejó. No sabía qué pasaba. La gente empezó a juntarse, y a hablar cada vez más alto, y se ponían todos muy nerviosos. Choco no tenía un pelo de tonto, y entendió que estaba ocurriendo algo muy importante. Así que se fue haciendo hueco entre las piernas de la multitud para ver qué pasaba, hasta que dio con aquella túnica, con aquellos pies… No, no dijo ni guau. Estaba tan contento que no le salía. Su rabito peludo se movía de un lado a otro sin que él pudiera evitarlo. Su olfato no le engañaba. Choco había elegido amo. Le dio mucha paz pensar que ya nunca más se perdería, porque siempre andaría al lado de aquellos pies; y que por fin había encontrado un trabajo digno de un perro: querer a su dueño, acompañarle siempre, siempre...

A Jesús le encantaba Choco. Solía agacharse, y le zarandeaba las dos orejitas diciéndole: “Buen chico, buen chico”. Y a Choco le caía la baba. Y se tumbaba panza arriba buscando cosquillas, y Jesús se moría de risa con él. Siempre iban juntos a todas partes. A Choco le encantaba escuchar a su amo, porque cuando él hablaba se tranquilizaba mucho. También le gustaba jugar con los amigos de Jesús, sobre todo con los niños. Y hay quien dice que San Juan lo quería como nadie, y siempre que podía le guardaba algún mendrugo de pan a escondidas… Choco hacía carantoñas, daba lametazos y saltaba con todos. Pero al llegar la noche se volvía a los pies de su amo, donde debe descansar siempre un perrito fiel.

Ya os he dicho que Choco estaba con Jesús siempre. Sí: después de las cosas cotidianas -de la predicación, de los milagros, de las conversiones, de la fama, de las persecuciones, de todas esas cosas de cada día- Jesús se apartaba de todos y oraba… y con Dios Padre y Dios Hijo sólo estaba Choco. No entendía mucho, pero su instinto le decía que aquel sí era un momento importante. No hacía falta que Jesús le invitara a acompañarle, y nunca lo echó fuera, porque es natural que un perro bueno esté donde está su amo.

Un día fueron a Betania, como otras veces; pero Choco notó algo raro. Jesús iba serio todo el camino. Los Doce tenían cara de preocupados. Y antes de entrar en la ciudad, Marta se acercó corriendo al Señor, llorando a moco tendido. Parecía que algo malo había ocurrido. Entraron en la aldea aprisa, y mucha gente rodeó a Jesús: como siempre, pero disgustados, tristes. Salió también María a recibir al Maestro. Y todos se pusieron a llorar. Choco estaba muy afectado de ver llorar a Jesús, y no se atrevía casi ni a moverse; las orejas gachas, el rabo entre las piernas, la mirada clavada en el Señor.
Cuando Jesús le llamaba: “¡Choco, ven!”, él venía enseguida. Por eso no le sorprendió que cuando le dijo a la muerte “¡Vete!”, la muerte saliera corriendo. Y el sepulcro de Lázaro se abrió...

Las cosas se estaban complicando. La preocupación era frecuente en los amigos de Jesús. Y cada vez había más gente enfadada, hablando entre escuchitas y mirando de reojo. Choco se daba mucha cuenta: olía a miedo, a nervios, a angustia, a envidia.

De aquella Cena nadie dejó caer ni una miga, nadie le guardó ningún mendrugo. Judas debía tener mucha prisa, porque se fue enseguida. San Juan temblaba abrazado al pecho del Señor. Y todos sintieron aquella noche más oscura que ninguna. Después de cenar Jesús salió a orar, como siempre; y Choco le acompañó, como siempre. Pero todo era diferente: el Padre callaba; los discípulos dormían. Choco, que no entendía nada, miró a su Señor llorando, y le lamió la cara, las manos, los pies… Sal, sudor, sangre, el Cuerpo de Cristo; y la lengua de un perro como una caricia…

Hasta la cruz nadie podía acercarse. Sólo los soldados. Y ninguna otra persona. El resto, tras la guardia.
Pero Choco no era una persona.
Choco no tenía que pedir permisos.
Choco no entendía de leyes ni de protocolos.
Y allí estaba, como siempre, a los pies del amo. Acurrucado junto a la cruz,
empapado por la sangre de la cruz,
espantado del suplicio de la cruz,
gimiendo en nombre de todos junto a la cruz.
El tiempo se cumplió. Y a la hora de nona murió el Señor, dando un fuerte grito. Y como un eco se escuchó el aullido de un perro…

Desde el viernes por la noche y durante tres días, Choco vivió a la puerta del sepulcro, ¿donde si no?. Es natural que un perro fiel esté siempre cerca de su amo. Se sentía cansado, pero no se durmió ni un segundo: ¡no podía dormir sin Jesús! Así que ahí se quedó, inflexible, haciendo guardia a la puerta del sepulcro

Noche, noche tan dichosa, único testigo de la Resurrección del Señor, puerta de la mañana del nuevo Día, que celebra la Vida, que proclama a la Muerte vencida. Sólo la noche conoció aquel preciso momento… ¡y Choco, por supuesto, faltaría más!.
Y Jesús Resucitado, muy contento, le acarició la cabecita diciendo: “buen chico, buen chico”...

sábado, 19 de febrero de 2011

¿Dónde estaba Dios?

Si Dios existiera…
Si un Dios bueno existiera…
Si un Dios que amara al hombre existiera…

¿Dónde estaba Dios cuando un terremoto destrozó Haití?
¿Dónde estaba Dios cuando el huracán Mitch arrasó Nicaragua?
¿Dónde estaba Dios cuando un tsunami inundó Indonesia?
¿Por qué no soluciona Dios el conflicto palestino?
¿Por qué permite Dios los atentados terroristas?
¿Por qué consiente Dios que sus hijos mueran de hambre?

Si Dios estuviera con el hombre,
el hombre viviría protegido por Dios.
Si Dios estuviera con el hombre, el hombre no conocería el significado de palabras como violencia, tortura, violación, hambre, epidemia, accidente, inundación…
Si Dios estuviera por el hombre, no habría injusticia, paro, pobreza, soledad que amargara la vida del hombre.

Un Dios que amara al hombre no permitiría los incendios, las guerras, los robos,
ni los engaños, las traiciones, los desamores.
Un Dios que amara al hombre no permitiría al hombre sufrir.
Un Dios que amara al hombre no permitiría al hombre morir...

Si Dios amara al hombre, no le dejaría ser libre, vivir libre, elegir y responder de sus actos.
Si Dios amara al hombre eliminaría la ley de la gravedad, los movimientos sísmicos, los sentimientos, el corazón, la voluntad. Y se acabaría el odio en el mundo.

Está claro que esto tendía ciertos efectos secundarios; pero ¿a quién le pueden importar?
Todo sería quietud: la Tierra, la lluvia, el mar, los montes.
Todo estaría inmóvil, impecable, como nuevo, un mundo entero a estrenar.
Y todavía no habría historia. Nada que contar.
El hombre no sentiría, ni odio ni pasión, ni envidia ni amor. Nada.
El hombre no conocería el significado de palabras como paz, perdón, reconciliación, solidaridad, cooperación, caridad, ayuda, justicia, responsabilidad, oportunidad, resurrección…

El hombre no sería hombre, y nadie dudaría ya de Dios.

viernes, 18 de febrero de 2011

Viejos amigos

Hace cuatro días, cuando yo era joven, mis amigos eran los mejores del mundo. Luego, la vida hizo de las suyas y nos puso a cada uno en un sitio diferente. Pero yo seguía pensando que aquellos amigos eran los mejores del mundo, aunque ya no los viera, aunque no supiera nada de ellos. Porque eran gente auténtica, gente generosa, y lo que más me impresionaba: gente joven que no se avergonzaba de tener fe. De esos había pocos, y yo tenía la suerte de que eran mis amigos.
Hoy las redes sociales se han colado en mi cuarto, sin pedirme permiso, y me han traído noticias presentes de personas del pasado. Y las cosas han cambiado más de lo que imaginaba.
Mi amigo X fue mi catequista de Confirmación en la parroquia; era abogado la última vez que le ví. Hoy hace monólogos del Club de la Comedia. Dios es un chiste más. Tal cual.
Mi amigo Y me enseñó a tocar la guitarra. Lo recuerdo en un proyecto pro-África cantando a "la Tierra que Jesús soñó", al "Norte y Sur unidos por amor". La última vez que le ví se había montado una papelería bastante buena. Hoy lo descubro cantando en un grupo pop refritos de amores adolescentes. De Dios no queda ni rastro.
Hasta ahí. Cierro la página corriendo, no sea que me informen de más. No quiero saber nada. Quiero mis recuerdos como están. Quiero a mis amigos como eran, los mejores del mundo. Lo que esté pasando, Dios sabrá qué sentido tiene. Que nadie viole mis recuerdos. Y gracias a la vida por haberme mantenido donde estaba año tras año.

Vamos a orar

Estoy desaparecida del blog estos días, pero estoy escribiendo más que nunca.
Y creo que ya puedo decirlo: en menos de dos meses estará a la venta mi primer librito.
Estará dirigido a todas las Hadasitas y a todos los peques que quieren aprender a rezar,
que quieren ser buenos amigos de Jesús.
No adelanto más; sólo un dibujo, de esos tan chulos que hace Ángel.
Espero que os guste.

jueves, 17 de febrero de 2011

Cuando se cierra una puerta...


Y entra aire nuevo.

Objetivo: ventilar mi vida.

OMNIA IN BONUM...

miércoles, 16 de febrero de 2011

Probabilidad

Si lanzamos un dado imparcial tres veces, ¿qué probabilidad hay de que salgan las tres veces números pares? ¿A alguien le quita el sueño esta pregunta? ¿Sólo a mí? Vale, pues a ver ahora: si lanzamos 25 veces un dado imparcial, ¿qué probabilidad hay de que salga par al menos 13 veces? ¿No os inquieta la respuesta? ¿Y si la planteo de otra manera?... mmmm... a ver...

Si una estudiante de la UNED se ha preparado 6 temas de los 8 de un temario de Estadística, y se presenta a un examen de 25 preguntas, de 3 opciones cada una; teniendo en cuenta que de cada tema pueden salir entre 1 y 4 preguntas, y que cada 2 preguntas incorrectas le restan una correcta, ¿qué probabilidad tiene de sacar al menos un 5? Pregunta de infarto, que me provoca auténticas palpitaciones, ansiedad extrema, incontinencia de tacos y neurosis por el estado de la pila de mi calculadora. La respuesta mañana: no os la perdáis.

jueves, 10 de febrero de 2011

¿A qué huelen los muertos?

¡Qué alegría verte! –dijo, con esa mueca de medio lado que hacía pasar por una sonrisa cuando se la pillaba desprevenida.

Voy al centro. ¡Qué día más feo hace! ¿verdad?. Y eso que en el telediario dijeron que saldría el sol; pero ya se sabe que en el telediario siempre nos engañan. ¡Tontos somos de no salir con paraguas cada vez que anuncian buen tiempo!. En fin. ¿Y la crisis? ¿Te acuerdas del marido de doña Catalina?: pues lo han echado del trabajo. Y ya me dirás tú, a su edad, que a punto estaba ya para jubilar, quién lo va a contratar. Ahora que culpa tienen ellos también, que siempre han sido unos derrochadores. Dinero que tenían, dinero que gastaban. ¿No te has fijado nunca en los zapatos que llevaba doña Catalina al mercado? ¡ni que fuera a un baile de salón! Con esos tacones tan altos, como las jovencitas… Igual lo hacía por eso, para aparentar menos. Que no es que yo quiera hablar, pero… ¿quién no se ha dado cuenta de cómo se le van los ojos a su marido detrás de crías? Yo he oído que lo trasladaron aquí porque en su empresa, cuando vivía en el pueblo, hubo un escándalo enorme, porque le pillaron en el cuarto de la limpieza con una de esas recepcionistas que contratan, recién salidas de la facultad; de las que están tan desesperadas por encontrar un trabajo que aceptan lo primero que se les ofrece, aunque sea por cuatro duros. Pues de una de esas se rumorea que se aprovechó. Y ya se sabe, que cuando el río suena… ¡Si es que todos los hombres son iguales! Mira si no al yerno de la Jacinta, que ahora le ha dado por estudiar oposiciones, como si fuera un niño, con un bebé a las puertas que tiene. Para verano dicen que nacerá… A este paso, padre e hijo aprobarán juntos, te lo digo yo. Mujeriegos y vagos. Que sí, que con esta vergüenza tenemos que cargar las mujeres de hoy. ¿Por qué te crees que yo no me he casado? Ya lo decía mi madre: mejor sola que mal acompañada. ¡Ay! y luego vas a la compra y todo ha subido. ¡Nunca escucharás que algo haya bajado!. Como si cuanto más cara fuera la fruta, más dulce estuviera… ¡eso quisiéramos!. Una porquería. La semana pasada compré una malla de cuatro kilos de mandarinas, y cuando la vacié en el frutero… ¡había una podrida!. Te lo digo yo, que las venden en mallas para ocultar las podridas entre las buenas y que las compremos. ¡Malditos ladrones!. Luego vas al médico y te dice que si tomas vitamina C. ¡Sí, vitamina C podrida del mercado!. Ahora, que el médico tampoco es que sepa mucho. Porque cuando fui, estaba mala, pero malísima. Unos ahogos que tenía que casi ni podía respirar. ¿Tú sabes lo que me costó acercarme al ambulatorio? ¡si creía que me moría!. Y ahí me tiene esperando casi un cuarto de hora para decirme que si tomo vitamina C. Menudo disgusto me dio. ¡No me hizo ni caso! ¡Como si yo me inventara las cosas!. Menos mal que tengo de todo en casa, y me tomé la pastilla esa que toma la Paca que le va tan bien; y mira, aquí me tienes. Ahora, que la Paca estará sana, pero por fuera parece una pasa. ¡Qué vieja! ¿Te has dado cuenta de lo mal que se conserva? pobrecita… Nada, que fue morirse su marido y como si le hubieran caído todos los años de golpe. Ahora la escuchas hablar y parece que era el amor de su vida. Pero antes bien que se quejaba de todo: que si mi Pepe vuelve siempre tarde del trabajo, que si mi Pepe no sabe cambiar el rollo del papel higiénico cuando se acaba, que mi Pepe ronca, que mi Pepe sólo atiende al fútbol, que mi Pepe nunca me regala nada… ¡Qué pena esa gente que sólo sabe hablar para criticar! ¿verdad?...

Asiento con la cabeza. Mi vecina baja del autobús en la siguiente parada. Donde ella ha estado sentada queda un insoportable olor a podrido.

martes, 8 de febrero de 2011

de exámenes

Tendréis que disculpar mi ausencia en la blogosfera de estos días, pero en la UNED estamos de exámenes. Y yo tengo en breve el de alguna de esas asignaturas gordas, duras, densas y sin ninguna gracia, que no sirven más que para desanimar al estudiante y hacer una criba entre el alumnado. Y tengo que aprobar. Vosotros lo entendéis.
Ahora mismo mis neuronas están tan concentradas en esto que no me da la inspiración para más. Pero en pocos días estoy de vuelta, espero que con buenas noticias.

jueves, 3 de febrero de 2011

Saliva y tierra

Y Nacho abrió los ojos.
Fue una cura inmediata.
Sí. Abrió los ojos y empezó a verlo todo.

Vio la tierra. Porque era tierra, no calle. Calles no vio ni una. Vio las chabolas, hechas de cartón y uralita, y tierra. Casas tampoco vio. Sólo aquellos paraguas de cartón y uralita sobre la sucia tierra.
“Si quieres agua, aquí el río y allá el mar. Y si no, traga saliva. Puede que algún día alguien se acuerde de esta selva”.

Sus ojos se recuperaban a una velocidad pasmosa.
Igual que su alma.
Cada vez podía ver más detalles.

Vio los árboles, generosos, cargados de frutos dulces: mangos, pitallas, piñas, cocos, y muchos otros de los que no sabía el nombre. Nunca antes había podido ver algo parecido. Tanto fruto en tanta nada. Tierra, sucia pero buena. Tierra que sirve a sus pobres.
“Si quieres comer, sírvete. No hay más de lo que ves. Tampoco menos. Tranquilo: hoy no morirás”.

Junto a los hombres, los chanchos, y las gallinas, y esos perros desnutridos que lamen las heridas de sus amos, tan desnudos como ellos, puros huesos.

Saliva y tierra (Jn 9, 1-25). Y los ojos de Nacho abiertos de par en par.
“Bienvenido a la familia. Aquí el papá, la mamá, el abuelo, la abuela, la hija mayor con el yerno y los 3 nietos, el hijo mayor con la nuera y 4 nietos, la hija mediana con el marido, recién casada, y los dos pequeños, que tampoco van a la escuela, aquí no hay de eso. Contigo ya estamos todos”. Y sonríen. Y es una sonrisa sincera.

A Nacho le lloran los ojos. De pura salud.
Su corazón palpita como nunca. ¡Se siente vivo como nunca!
Cuando leyó el anuncio no podía acabar de creerlo: “Se devuelve la vista a los ciegos; tratamiento intensivo mínimo de dos semanas, con auténticos profesionales del Tercer Mundo”.
Y ahí estaba ahora. Viendo.
Viendo a los hombres ser hombres, vestidos de decencia y dignidad. Sin nada detrás de lo que poder esconderse. Viendo a las familias ser familias, amplias, acogedoras. Sin cuatro paredes que pudieran protegerlas, ni tampoco aislarlas. Viviendo de la fe. La fe que promete que Dios no se olvida de sus hijos, que Dios camina con su Pueblo, que Dios habita entre nosotros. La fe que mueve montañas, tan grandes como el corazón de Nacho.

Algún día, en esa selva, habrá un buen pozo; él se encargará de ello. Mientras, Nacho aprovecha la vida jugando con aquellos niños, a ver quién lanza la piedra más lejos. El eco de las risas llega hasta el cielo. Y Nacho, conmovido, reza…
“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc 2, 29-30).

miércoles, 2 de febrero de 2011

Pablo quiere ver a Dios

Pablo quiere ver a Dios.
Quiere. Pero no puede. Algo falla.
Dicen que Dios está dentro de cada uno, que habita en el corazón del hombre. Pablo se mira en el espejo y sólo ve la imagen que ha creado de sí mismo: un tipo joven, deportista, divertido, listo, guapo… y mentiroso, seductor, aprovechado, manipulador…
Pablo quiere ver a Dios y no puede. Dicen que Dios está en el prójimo. Pablo sale a buscarlo, y de camino se pierde en el prójimo. Se pierde entre las faldas de Marta, en el escote de Ana, en la boca de María… Sale buscando amor. Y regresa satisfecho de sucedáneos.

Pablo quiere ver a Dios, pero algo falla. Dicen que Dios está en la Iglesia. Y a la iglesia va, cada semana: y es catequista, y canta en el coro, y hasta es colega del cura. Porque de verdad que Pablo quiere ver a Dios. Pero no puede. Y se va a cenar con los amigos, y les cuenta con detalle lo de Marta, y lo de Ana, y lo de María… y se ríen a carcajadas. Y de postre, unas copas, y si se presta algo más denso. Recoge a su novia, que nada sabe de nada, y se la lleva en el coche a algún lugar apartado donde hacerle el favor que la deje contenta. De vuelta a casa va pensando a dónde va a mandar a su madre si le pregunta de dónde viene, que ya no es ningún niño. Se encierra en su cuarto y se tira en la cama. Envía un SMS indecente al móvil a Marta, y a Ana, y a María. Y mientras ve en la tele un debate rosa sobre la Iglesia se pregunta por qué la criticarán tanto, con lo fácil que es en realidad ser cristiano hoy en día: si eso del pecado ya no existe, que se lo dijo su colega el cura no sé cuándo. Y se duerme. Por supuesto sin ver a Dios.

Porque Pablo quiere ver a Dios. Pero quiere y no quiere.
Y mientras enturbia su vida de impureza, Dios mismo en persona susurra en su alma la Verdad: “Los limpios de corazón verán a Dios” (Mt 5,8).
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