Hace cuatro días, cuando yo era joven, mis amigos eran los mejores del mundo. Luego, la vida hizo de las suyas y nos puso a cada uno en un sitio diferente. Pero yo seguía pensando que aquellos amigos eran los mejores del mundo, aunque ya no los viera, aunque no supiera nada de ellos. Porque eran gente auténtica, gente generosa, y lo que más me impresionaba: gente joven que no se avergonzaba de tener fe. De esos había pocos, y yo tenía la suerte de que eran mis amigos.
Hoy las redes sociales se han colado en mi cuarto, sin pedirme permiso, y me han traído noticias presentes de personas del pasado. Y las cosas han cambiado más de lo que imaginaba.
Mi amigo X fue mi catequista de Confirmación en la parroquia; era abogado la última vez que le ví. Hoy hace monólogos del Club de la Comedia. Dios es un chiste más. Tal cual.
Mi amigo Y me enseñó a tocar la guitarra. Lo recuerdo en un proyecto pro-África cantando a "la Tierra que Jesús soñó", al "Norte y Sur unidos por amor". La última vez que le ví se había montado una papelería bastante buena. Hoy lo descubro cantando en un grupo pop refritos de amores adolescentes. De Dios no queda ni rastro.
Hasta ahí. Cierro la página corriendo, no sea que me informen de más. No quiero saber nada. Quiero mis recuerdos como están. Quiero a mis amigos como eran, los mejores del mundo. Lo que esté pasando, Dios sabrá qué sentido tiene. Que nadie viole mis recuerdos. Y gracias a la vida por haberme mantenido donde estaba año tras año.
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