Recuerdo cuando eras joven de corazón.
Cuando el amor te hacía correr. Y volar.
Cuando toda distancia era corta si la meta era el encuentro.
Cuando tus gestos decían más que tus palabras,
que también decían mucho.
Cuando la primavera duraba 365 días.
Pero has perdido el amor primero (Ap 2,4).
Te recuerdo cantando. Te recuerdo sonriendo.
Tus cantos eran a mis oídos más bonitos que los del jilguero.
Tu sonrisa, tan cálida como el sol después de comer.
Recuerdo cuando saltabas de la cama.
Y cuando dormías de un tirón y a la primera.
Recuerdo los golpes de tu corazón en tu pecho
ante la belleza, y la bondad…
ante la aventura de un ideal que no moriría contigo.
Pero has perdido el amor primero.
¿¡Cómo olvidar cuando al fin me dijiste “te quiero”!?
No recuerdo un momento que me conmueva más.
Y desde entonces, no pasó un día sin que me buscaras.
Y todas tus cosas eran mías; y todas las mías tuyas.
Y tu vida se fue haciendo más ancha, para acoger a todos;
y más alta, para poder verlo todo;
y más larga, hasta el infinito, hasta Mí…
Pero has perdido el amor primero.
El amor nos hacía uno.
Y no había soledad que no quisieras aliviar,
ni lágrima que no intentaras enjugar,
ni sed que no procuraras calmar.
Conmigo. Por Mí. En mi Nombre.
Y tu sufrimiento era corredentor.
Y tu trabajo, ofrenda grata.
Y tu historia, historia de salvación.
Así lo vivías, porque así era. Todo tenía sentido.
Pero has perdido el amor primero.
Ya no te quema la sangre en las venas.
Ya no lloran tus ojos de pasión.
El cansancio ha reemplazado a la alegría.
El entusiasmo de ayer, hoy es apatía.
Y ya no amas: aceptas o soportas, depende de a quién.
Y ya no vives: te aceptas o soportas, depende de cuándo.
Y ya no me hablas. Ni me escuchas. Ni te importa.
Junto al brocal del pozo sólo hay silencio.
Ni tienes sed ni la quitas.
Se te ha quedado seco el corazón…
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