sábado, 12 de marzo de 2016

A medio camino

entre la vida a pié y el coche. ¡Teórico aprobado!. Ya nos imagino en un viejo cochecito de segunda o tercera mano, customizado con pegatinas de florecitas rosas y un "Tesa a bordo" detrás, pegado en el lado opuesto a mi "L". Hadasita en su dispositivo para menores, la peludita con su cinturón, y yo delante, mirándolas de vez en cuando por el retrovisor interior, con una sonrisa de oreja a oreja, con la música puesta lo suficientemente alta dentro de lo reglamentario, cantando: "He enterrado cuentos y calendario, ya cambié el balón por gasolina, ha prendido el bosque al incendiar la orilla... Habrá que inventarse una salida; que el destino no nos tome las medidas; ¡hay esperanza en la deriva!"*, y otras mil canciones chulas. Y el sol, y el campo, y el mar. Me imagino el fin de las carreras, del no llego, del se me escapó el bus, del ¿me llevas?, del blablacar... y el comienzo de los fines de semana al aire libre, fuera de este arresto domiciliario que también nos gusta, pero que preferiríamos que fuese elegido y no la única opción.

Está siendo todo un reto. Siempre nos ha dado mucho miedo el coche. Otras veces he estado en autoescuelas de jovencita, pero nunca llegué a examinarme, creo que principalmente porque el miedo me bloqueaba. Y ahora, que parezco la mamá de todos mis compañeros, ya tengo medio carnet en mi bolsillo. Sigo asustada, pero con mucha ilusión. Si al final lo consigo entero no me quedará más remedio que reconocer que los miedos se pueden superar. Lo que me da más pista para correr en mi vida que todas las carreteras del país juntas. Así que... si hay por aquí algún lector valiente que quiera colaborar en este proyecto -que ya está más que en marcha- y llevarme a hacer prácticas, se lo agradeceré en el alma. La mayoría de las veces mi monedero no acompaña a mis ilusiones. Os dejo con un dibujo de mi sueño que hizo Angel, con ese arte y gracia que le caracteriza:

*Vetusta Morla: "La deriva".

1 comentario:

Angel dijo...

Una vez, el semáforo que hay en la plaza de "X" (... como el cuento, cada uno se lo puede aplicar desde su realidad, lo dejo así) hizo una rareza. De improviso, todas sus luces se tiñeron de azul y la gente no sabía a qué atenerse.
-¿Cruzamos o no cruzamos? ¿Estamos o no estamos?
Por todos sus ojos, en todas direcciones, el semáforo propagaba la insólita señal azul, de
un azul tan azul como no lo había estado nunca el cielo de "Y" (ver nota anterior).
Mientras esperaban a ver qué pasaba, los automovilistas gritaban y tocaban el claxon, los
motociclistas hacían rugir el tubo de escape y los peatones más gordos gritaban:
-¡Usted no sabe quién soy yo!
Los ingeniosos decían irónicamente:
- El verde se lo habrá comido el alcalde para hacerse una casita en el campo.
- El encarnado lo han utilizado para teñir a los peces de los jardines.
- ¿Sabéis que hacen con el amarillo? Lo añaden al aceite de oliva.
Finalmente llegó un guardia y se situó en medio del cruce para dirigir el tráfico. Otro
guardia buscó la cajita de los mandos para reparar la avería, y quitó la corriente.
El semáforo azul, antes de apagarse, tuvo tiempo de pensar:
“¡Pobrecitos! Les había dado la señal de “vía libre” para el cielo. Si me hubiesen
entendido, ahora todos sabrían volar. Pero quizá les ha faltado valor”.


Como pasa en el camino de la Pascua y en todas las cosas de la vida... como en aquella historia de juanito el gusanito que hicimos con plastilina y de la que hicimos un taller de fotografía y salió un audiovisual, sólo quien tiene fe entra en la osadía del explorador de otros mundos y otras riveras, y los demás se quedan en cartógrafos... ¿No tiene algo parecido un planeta de los del Principito?

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