No sé si a vosotros os pasa. Yo, últimamente, miro las noticias con muchísima preocupación. Más que nunca. Y pienso que no se puede hablar de coincidencia.
No es una coincidencia lo que está pasando, no. La gente se está enfrentando a la gente en la calle. Y no ocurre sólo en Barcelona. Está pasando en Bolivia, en Chile, en Venezuela, en Nicaragua, en Francia, en Hong Kong, en Irak, en Siria, en Yemen, en Nigeria...
Tanto conflicto a la vez no es casualidad. Y oigo a los expertos tratar de dar explicaciones políticas a algo que, para mí, tiene una única raíz, y es espiritual. ¡Lo veo tan claro!.
Mi generación ha crecido siendo testigo de una campaña mundial bestial contra Dios y todo lo que tiene relación con él, en especial contra la Iglesia católica. Eso es incuestionable. No hay nada a los ojos de la sociedad que me rodea, que esté peor visto que ser católico. Y claro, los valores cristianos ya ni se conocen: amar al prójimo, ser uno, perdonar al que nos ofende, orar por el enemigo... No, lo que vemos es justo lo contrario: una exaltación del egoísmo, de la individualidad y la división, una agresión continua al que me molesta, gritos buscando la razón, rechazo a la opinión diferente, desprecio por los tribunales de justicia y sus sentencias, burla y mentira en los gobernantes, corrupción, crisis... Una bomba.
Y en medio de todo este desastre, empieza el Adviento. Una pequeña resistencia se empeña en parar, hacer silencio, y preparar una Navidad lejos del consumismo y los convencionalismos; y en volver la mirada a la gruta de Belén. Y Dios, cuya fe en el hombre es inquebrantable, sigue empeñado en achicar distancias con nosotros. ¿Quién puede temer la cercanía de un bebé recién nacido?
Buscamos en encuentro con el mismo Dios del pesebre hoy en nuestra vida: su calor, su ternura, su amor (¿hay algo más revolucionario que hablar de amor en pleno 2019?). Y se enciende una pequeña luz en la noche de nuestro tiempo. Y rogamos al Cielo:
Ven, Señor, necesitamos que vuelvas, queremos hacerte un hueco en este mundo de locos, anhelamos la paz que sólo Tú puedes darnos. Te pedimos, te suplicamos, en nombre de nuestros hermanos que tanto se empeñan en negarte, que no te canses nunca de achicar distancias, de ofrecer oportunidades, de iluminar oscuridades, de buscar encuentros. Por el amor que te llevó a hacerte Niño en Belén, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén.
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