Estas luchas a muerte tenían lugar para solucionar aquellos conflictos en los
que la acusación no contaba con testigos y no había logrado que el acusado
confesase. En estos casos, si se solicitaba juicio por combate, ambas partes
luchaban a espada y el ganador era proclamado poseedor de la verdad.
Pero la mayoría de las veces, el combate no lo realizaban
ellos mismos, sino alguien nombrado para representarles. Así, el acusado podía
solicitar que otra persona más fuerte que él luchara en su nombre . Podía ser
un amigo, un familiar, o alguien a quien pudiera pagar para ello. Por su parte,
las casas nobles solían tener contratados los servicios de algún guerrero a
quien se encomendaba estos asuntos; en ocasiones incluso utilizaban a presos, a
quienes se les prometía la libertad en caso de ganar un determinado número de
juicios por combate.
En realidad eran luchas bastante injustas, pues el acusado normalmente no tenía
medios para buscar a alguien que luchara por él y que estuviera a la misma
altura de su contrincante. Quien tenía más dinero podía elegir al mejor
luchador. Y así, el pobre, el humilde, perdía inevitablemente.
Está claro que para entender este tipo de costumbres hay que situarse en la
mentalidad de la época. Pero hay una idea de fondo que me parece útil para
explicar algo que es a la vez más antiguo y más nuevo todavía: la Redención del
hombre. Con las siguientes salvedades, por supuesto.
- Que en
nuestro caso, sí hay testigos, sí hay confesión, y sí somos culpables.
- Que quien
luchó por nosotros, no lo hizo por honores ni por dinero, sino por amor.
- Que
nuestro Guerrero ganó muriendo.
- Que es
tanta su fuerza, por ser Dios, que con su lucha dio muerte a la muerte misma.
- Que tras
aquella victoria, ya no existe nada en el mundo capaz de vencernos, si
permanecemos unidos a Él.
Dice Rom 8, 31-37: "Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?. El
que no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó para todos nosotros, ¿cómo no
nos ha de dar con Él todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
Siendo Dios quien justifica, ¿quién condenará? Cristo Jesús, el que murió, aún
más, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, es quien intercede por
nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia,
la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está
escrito: `Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, somos mirados
como ovejas destinadas al matadero´. Mas en todas estas cosas vencemos
fácilmente por Aquél que nos amó".
Es cierto que la vida nos sigue trayendo cada día muchos problemas y
dificultades.
Y que
nosotros seguimos pecando, que parece que no aprendemos nunca.
Pero yo,
para mí, hoy vuelvo a solicitar juicio por combate.
Me agarro a
Aquél que es mi Escudo, mi Fuerza, mi Baluarte.
Y me quedo
en paz, porque sé en manos de Quién he puesto mi vida.
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