Nunca antes me había parado a darme cuenta de ellas. Son cosas sencillas, que siempre dí por supuestas:
- que, cuando me diera la gana, podría abrir la nevera y encontrar agua purificada fresca que beber (y, de paso, un trozo de chocolate que llevarme a la boca);
- que si sudo puedo ducharme. Y si no sudo también, por higiene;
- que al final del día me espera mi cama, con colchón, y un osito de trapo al que abrazarme;
- que puedo ir a Misa todos los días si me da la gana;
- si tengo mocos, tengo kleenex;
- abro el armario y hago la pregunta del millón: "¿qué me pongo?";
- puedo parar, hacer tres tiendas, ver la puesta de sol, con sus rojos maravillosos, respirar hondo y saber que han sido los minutos del día menos desaprovechados de todos...
Una da por sentado que tiene derecho a todo eso. Pero luego descubre que medio mundo no tiene agua potable, ni ducha, ni cama, ni sacerdotes que les celebren; que se limpian los mocos con la misma camiseta que llevaban ayer, anteayer y el año pasado, porque no tienen otra. Y acaba cayendo en la cuenta que esas pequeñas cosas no son un derecho, sino un privilegio.
Hoy, por casualidad -como solemos hacer las cosas importantes en este primer mundo- he visto la puesta de sol. 8 horas antes la vieron en Nicaragua. ¡Qué bueno es Dios, que pinta esos mil matices brillantes, irrepetibles, con su paleta única, para disfrute de ricos y pobres!. Para que los pobres se sepan un poco más ricos... y los ricos un poco más pobres, y aprendamos a dar gracias.
2 comentarios:
Que razón tienes Hadasita...si todos valoraramos un poco mas esas "pequelas cosas" nuestra vida y el mundo serían distintos. Felicidades de nuevo por tu blog, cada vez que escribes me "enganchas" un poco más...gracias.
Carlos: me alegra mucho que te sirva lo que lees por aquí. De verdad. Y te animo a que... te asomes a la ventana dentro de un rato y veas ponerse el sol. ¡Todavía llegas a tiempo hoy! Un abrazo.
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