lunes, 1 de febrero de 2016

¡Gracias, mamá!

Dice el Salmo 26: 
“Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la Vida”.
Y yo hoy hago mías estas palabras del salmista.

Creo en la Vida, con mayúsculas. La Vida eterna.
Una Vida de gozo y dicha.
Y lo creo, en gran medida, 
porque así me lo enseñó mi madre Vicenta,
a quien hoy despedimos aquí, sabiendo
que ni es cierto que nos deja, ni que no volveremos a verla.

Gracias, mamá, por todo… ¡por todo!...
Pero por encima de todo por habernos dado el regalo de la fe.
Por el Jesusito de mi vida cuando era niña.
Por el “Hágase tu voluntad” cuando marchó Papá.
Por cada Avemaría de cada uno de tus rosarios diarios.
Por tu testimonio y tu ejemplo de mujer de fe.

Hoy, todos nosotros, venimos a acompañarte, mamá.
Ahora, que ya gozas de la dicha del Señor en el país de la Vida.
¡Tantas veces rezaste a mi oído, después de comulgar:
“en la hora de mi muerte llámame, y mándame ir a Ti
Para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos”!.
Tu oración ha sido escuchada, mamá, igual que lo es la nuestra hoy.

Te queremos, y te pedimos que nos sigas cuidando,
que nos ayudes para que todos y cada uno de nosotros,
al final de este camino, como tú, 
lleguemos al Hogar de nuestro Padre Dios;
a quien damos gracias, con esta Eucaristía, 
por haberte tenido entre nosotros todos estos años.

Con toda mi fe, y con todo mi amor, 
de parte de todos un beso mamá.*


(*de la Misa de acción de gracias por la vida de mi mamá).

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