sábado, 20 de febrero de 2016

Puertas

Estaba pensando en cuántas puertas cierro normalmente.
Cierro la puerta de mi casa en cuanto entro.
Por la noche hasta con llave.
Cierro la puerta de mi pequeña aula antes de empezar mis clases.
Cierro la puerta del cuarto de baño, y eso que vivo sola.
Cierro la del portal, la de la parroquia, las de las tiendas.
Se me cierran solas las puertas del ascensor y del autobús.
Vivo rodeada de puertas cerradas, acostumbrada a ellas
hasta el punto que ni me doy cuenta de cuántas son.
Y de repente, un día cualquiera de una cuaresma cualquiera,
decido abrir una puerta y dejar que alguien entre.
Y la incomodidad que me produce me hace consciente
de lo encerrada que estoy viviendo.
Y no sé qué me inquieta más:
si pensar que el otro pueda descubrir en mi casa mi desorden
o hacerme consciente yo misma del desastre que escondo dentro.

Dice Enrique "y abrimos las puertas, quizás por costumbre,
tal vez por búsqueda inocente, y nos encontramos"*.
Por costumbre, está visto que no ha sido.
pero las palabras "búsqueda" y "encuentro" me gustan mucho.
Y una cosa sí sé: encerrada a cal y canto tras mi puerta
no voy a ningún sitio.
"Habrá que inventarse una salida.
Que el destino no nos tome las medidas.
Hay esperanza en la deriva"*.
Parece que es lo que el Buen Dios quiere para mi esta cuaresma:
que abra la puerta y deje entrar a quien me ayude a salir...

*Bunbury: "Hay muy poca gente".
*Vetusta Morla: "La deriva".

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