Ayer, a mi Hadasita le ofrecieron lacasitos.
Y claro, como todas las niñas dijo que sí.
Se le iluminó la carita que tendríais que haberla visto
cuando apareció aquel bote gigante
que por lo visto sólo ella -y su dueño- sabían dónde estaba.
Los niños tienen una especie de rayos x
capaces de ver, detrás de una puerta de armario,
un bote lleno de lacasitos.
Los niños tienen una especie de rayos x
capaces de ver, detrás de una puerta de armario,
un bote lleno de lacasitos.
Yo le dije que cogiera sólo uno, y se conformó.
Pero cuando empezaron a salir
ella se puso a gritar: "¡el rojo, el rojo!".
Y hasta que no salió el rojo no cogió ninguno.
A mí todos me saben exactamente igual: a chocolate.
Probablemente a ella también.
¡Pero le hacía ilusión el rojo!
Y de vuelta a casa, con mi niña de la mano, pensé:
¿y por qué no hacer caso de vez en cuando
simplemente a la ilusión?
Mi Hadasita se permite el lujo de ser caprichosa,
de dejarse mimar,
de -puestos a elegir- elegir lo que más le gusta.
Y yo quiero aprender de ella.
Quiero corregir en rosa, tener un boli con forma de flor,
hacerle fotos a mi planta, usar las peinetas de mi hermana,
cantar en voz alta por la calle, y ver amanecer desde mi tejado.
¡Elegir el lacasito rojo!
Porque es más bonito, aunque sepa igual que el resto.
Aprender a disfrutar
de las pequeñas cosas con las que Dios me mima,
y sonreír un poco,
aunque sonreír a veces sea todo un acto de rebeldía
contra las circinstancias, que estiran en contra.
A lo mejor justamente por eso.
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