Ayer, el dueño del enorme bote de lacasitos del que os hablé el otro día, le dejó preparado a Hadasita un pañuelito con dos lacasitos. Rojos, por supuesto. A mi niña se le volvió a iluminar la carita.
- ¡Se ha acordado! -me dijo sorprendida e ilusionada a la vez.
Yo pensé que, al tener dos, me ofrecería uno a mí. Pero no. Se los comió solita, uno detrás de otro. Con la convicción absoluta de que eran para ella. Me dio el tiempo justito para hacerles una foto.Y volvió a hacerme gracia su forma de ver las cosas, la naturalidad con la que acepta esos pequeños detalles de cariño.
Yo quisiera aprender de ella, y saber identificar los regalitos de amor que Dios me hace cada día, y disfrutarlos con la certeza de que son para mí. Que nuestra relación fuese de alegría y agradecimiento. Verme y sentirme cuidada. Incluso permitirme pedir el capricho, como hacen los niños, con la misma confianza con la que Hadasita, de nuevo de vuelta en el camino, me dijo:
- Hoy los hubiese elegido naranjas...
Me guiñó el ojo, y siguió caminando contenta. Y yo me quedé con la certeza absoluta de que, la próxima vez, sin ninguna duda, serán naranjas. Y sonreí en silencio a su lado.
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